19 de abril de 2024

Tlatelolco, 2 de octubre de 1968

A lo largo de los años «ha sido imposible descubrir los motivos irrazonables de la masacre de Tlatelolco porque en nuestro sistema político se confunde la tarea del gobernante con una especie de privilegio privado que él puede ejercer en cualquier circunstancia y momento. Pero las tareas públicas y el poder no son patrimonio personal. No puede estar la memoria histórica, institucional, de México, a merced del capricho, buena disposición, valentía o generosidad privada. ¿Por qué aceptamos que las tareas de seguridad nacional permanezcan supeditadas a los intereses de los grupos de poder en turno? Deben estar clara e institucionalmente delimitadas para servir al país. Es tiempo ya de que los secretos de Estado dejen de ser patrimonio personal y pasen a ser patrimonio de la nación.”

De la excelente obra que coordinó Doralicia Carmona, MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO, reproducimos este relato e historia de la

Matanza de Tlaltelolco

2 de Octubre de 1968

Un grupo armado, vestido de civil, dispara contra una multitud estudiantil reunida en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, cuando un helicóptero estalla luces de bengala verde y rojo, y cinco mil soldados entran por todos los accesos a la misma. Durante una hora y media, se entabla un intenso tiroteo entre ese grupo y los soldados; la masa de estudiantes recibe el fuego cruzado y según la prensa internacional caen cientos de muertos. El propio general José Hernández Toledo, al mando de la tropa, es uno de los primeros militares que caen heridos. Son detenidas más de mil personas.

La política económica y el autoritarismo del gobierno generaron movimientos de protesta en el campo, disgusto en Sonora y guerrillas en Chihuahua y Guerrero. En julio de 1968, por motivos baladíes, se enfrentaron estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional, con los alumnos de la preparatoria particular «Isaac Ochoterena»; los cuales fueron reprimidos con gases lacrimógenos y ocupadas las vocacionales por granaderos el 24 de julio de 1968, lo que provocó que se organizaran más protestas estudiantiles.

El Departamento del Distrito Federal, dio permiso para que dos manifestaciones se realizaran el 26 de julio: una organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos para protestar por la agresión a los estudiantes y otra para conmemorar el aniversario de la revolución cubana, promovida por jóvenes del Partido Comunista Mexicano. El punto de reunión fue el Hemiciclo a Juárez, en la Alameda Central; ambas manifestaciones se unieron y se dirigieron hacia la Plaza de la Constitución; pero ocurrió un largo y violento encuentro entre los manifestantes y la policía; el edificio del Partido Comunista fue allanado y aprehendidos algunos de sus miembros. El 27 de julio, los estudiantes tomaron las preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM; los granaderos no pudieron contener a los estudiantes e intervino el ejército. Al amanecer del 30 de julio, una de las puertas de la Preparatoria 1 fue destruida con un bazucazo y los militares la ocuparon, junto con las preparatorias 2, 3 y 5 de la UNAM; y la vocacional del IPN. Tras cientos de heridos y un millar detenidos, el movimiento comenzó a crecer hasta que las escuelas del IPN, de la UNAM, de Chapingo y varias Universidades de los estados de la República, se declararon en huelga; se les unieron la Coalición de Profesores de Enseñanza Media Superior y algunas universidades particulares.

El Rector Javier Barros Sierra declaró que se había violado la autonomía universitaria. El 1º de agosto, el presidente Díaz Ordaz señaló que tenía “la mano tendida”; cuando en la tarde Barros Sierra encabezó una marcha silenciosa en protesta por la violación. El 4 de agosto, el movimiento estudiantil presentó un pliego petitorio que invalidó el pliego de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), controlada por el gobierno, pliego que ya había aceptado el Gral. Alfonso Corona del Rosal, regente capitalino: “libertad a presos políticos; derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal sobre el delito de disolución social; desaparición del Cuerpo de Granaderos; destitución de los jefes policíacos; indemnización a los familiares de muertos y heridos por el conflicto y que se deslinden responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos; libertad democrática y una reforma electoral”. Las marchas continuaron y la organización del Consejo Nacional de Huelga creció.

El 15 de agosto, el Consejo Universitario de la UNAM hizo suyas las demandas estudiantiles. Siguieron las marchas y aumentaron los apoyos.

Las autoridades convocaron al diálogo, pero el Consejo Nacional de Huelga, insistió en el diálogo público. El 27 de agosto hubo un mitin en el Zócalo y se izó la bandera rojo y negra; ante el inminente informe presidencial, los manifestantes decidieron permanecer ahí, pero fueron desalojados violentamente por el ejército. Comenzaron a unirse al movimiento otros grupos médicos y obreros. Díaz Ordaz, en su informe, denunció la injerencia de grupos ajenos que intentaban sabotear los Juegos Olímpicos que se inaugurarían el 12 de octubre y amenazó con hacer uso de la fuerza pública para mantener el orden. El 9 de septiembre, Barros Sierra llamó a levantar la huelga. El 18, el ejército tomó Ciudad Universitaria con diez mil efectivos y detuvo a centenares de estudiantes y algunos maestros. El día 23, Barros Sierra presentó su renuncia.

La agitación se extendió por toda la ciudad mediante brigadas de estudiantes que efectuaban volanteos, pintas, boteos y mítines relámpago. La dirigencia estudiantil se trasladó al Instituto Politécnico y a la zona de Tlatelolco. Continuaron los múltiples y violentos enfrentamientos. El 27 de septiembre, ante la negativa del Consejo Universitario, Barros Sierra retiró su renuncia. El día 30 el ejército se retiró de Ciudad Universitaria. El día 2 de octubre se había planeado una marcha estudiantil que partiría de la Plaza de las Tres Culturas al Casco de Santo Tomás del IPN, pero ante el cerco policiaco, se había optado por sólo realizar un mitin que fue interrumpido por las balas de soldados y mercenarios.

Rosario Castellanos dio cuenta de la indiferencia de la población, al día siguiente de la matanza, cuando escribió:

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete. (Pues prosiguió el banquete.)

En su informe de 1º de septiembre de 1969, el presidente Gustavo Díaz Ordaz expresará ante el Congreso de la Unión: “Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”.

En su libro (Díaz Ordaz, El hombre, el gobernante), publicado veinte años después, el general Luís Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor presidencial en 1968, justificará la matanza: “Gustavo Díaz Ordaz no tuvo más alternativa que emplear la fuerza para contener la violencia en que nos querían envolver… si la noche del 2 de octubre fue sangrienta se debió a la premeditada agresión de que fue objeto el Ejército Mexicano por parte de los «subversivos», cuya manifiesta intención era de que ese día hubiera muertos, hecho que les daría una «bandera» para justificar sus actos y dar el golpe final. Lógicamente, la reacción del Ejército no se hizo esperar y tuvo que hacer uso de las armas para repeler la agresión.”

La versión oficial fue que el ejército sólo pretendía aprehender a los cabecillas y disolver la manifestación; y que los francotiradores que desencadenaron la balacera fueron estudiantes armados. Sin embargo, treinta años después, al darse a conocer por Julio Scherer y Carlos Monsiváis (Parte de Guerra), documentos personales del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en 1968, se reforzará la versión de que esos francotiradores eran oficiales del Estado Mayor presidencial, que por órdenes del general Gutiérrez Oropeza, se habían apostado en la iglesia y varios edificios de la Plaza de las Tres Culturas, con el conocimiento y autorización o no, de García Barragán y de que fueron ellos quienes causaron bajas a los estudiantes y al ejército, lo cual sugiere discrepancias internas en el ejército. Se divulgará que el general García Barragán se negó patrióticamente a suspender garantías individuales con motivo de la matanza. También se sabrá que Servando González, por órdenes de Luís Echeverría, secretario de Gobernación entonces, filmó con seis cámaras veinte mil pies de lo sucedido, pero de ese material fílmico sólo se conocerán públicamente unos cuantos minutos.

Concluye Carlos Montemayor (La Guerrilla Recurrente) “A lo largo de treinta años ha sido imposible descubrir los motivos irrazonables de la masacre de Tlatelolco porque en nuestro sistema político se confunde la tarea del gobernante con una especie de privilegio privado que él puede ejercer en cualquier circunstancia y momento. Pero las tareas públicas y el poder no son patrimonio personal. No puede estar la memoria histórica, institucional, de México, a merced del capricho, buena disposición, valentía o generosidad privada. ¿Por qué aceptamos que las tareas de seguridad nacional permanezcan supeditadas a los intereses de los grupos de poder en turno? Deben estar clara e institucionalmente delimitadas para servir al país. Es tiempo ya de que los secretos de Estado dejen de ser patrimonio personal y pasen a ser patrimonio de la nación.”

Para algunos escritores, el movimiento estudiantil de 1968, que culmina trágicamente en esta fecha del 2 de octubre de 1968, será un hito en el desarrollo histórico de México. Para Jorge Castañeda (La Utopía Desarmada): “En México no hay una explosión guerrillera como la hubo en otros países de América Latina, porque sí hubo un 68 que permitió una especie de desahogo de esas tensiones, de las pasiones, se vacuna al país contra una verdadera lucha armada o contra una verdadera proliferación de guerrillas como sucede en otras partes”. Para Carlos Montemayor (Guerra en el Paraíso): “Al existir por lo menos cinco movimientos guerrilleros previos al movimiento estudiantil de 1968, por lo tanto aquel momento histórico no es el detonante de la guerrilla moderna en México, pero sí lo será en ciertos niveles del estudiantado, particularmente en universitarios del norte del país.”

Sea que sólo haya sido una sobre reacción violenta de un presidente dolosamente informado y obsesivamente anticomunista, el movimiento estudiantil de 1968, sí provocó la reacción del gobierno mexicano, como señalará Fritz Glockner (Memoria Roja) en el 2007: “El Estado mexicano, por su parte, ha detectado esos focos rojos que se han encendido, son conscientes de que la sorpresa no es una buena aliada, y por lo mismo se han comenzado a preparar diversas estrategias para enfrentar la oleada de protestas e inconformidad que se advierten. La capacitación de policías y militares en el extranjero crece, la ya famosa y temida Dirección Federal de Seguridad ha inculcado su clásica práctica de represión y se dispone a perfeccionarla, haciendo que los extra judiciales e inhumanos métodos de tortura obtengan carta de naturalización mexicana con el uso del chile y otros elementos disponibles en el museo del terror, con la ya conocida práctica de la infiltración, con la intervención telefónica, de correos y de telégrafos no dejando escapar ningún mensaje que parezca subversivo. Se define una estrategia, ante los medios de comunicación masiva, haciendo que la censura llegue a todo profesionista de la pluma y de la máquina de escribir la ‘autocensura’, mientras que para los hombres del micrófono y la cámara de televisión, su labor queda reducida a simples maniquíes que repiten dictados oficiales. Se desconocen, se ignoran, se encubren las razones sociales, políticas o económicas, de cualquier descontento. Es por ello que la nota roja de los periódicos es la elegida para rescatar las gestas de esos días y de lo que vendrá después.” En los años siguientes se desencadenará la llamada “guerra sucia” contra toda disidencia radical.

En noviembre de 2011, por iniciativa del senador Pablo Gómez, ex líder estudiantil en 1968 y ex preso político por este motivo, el 2 de octubre se incluirá dentro de las fechas solemnes en que la bandera nacional debe ponerse a media asta.

El 2 de octubre de 2018, al conmemorarse el cincuentenario de la matanza de Tlatelolco, se develó en los salones de plenos de la Cámara de Diputados y del Senado la leyenda «Al Movimiento Estudiantil de 1968» en letras de oro.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.