No se enfrentó a López Nogales. Se enfrentó a Beltrones, con todo lo que ello significa. Se alejó del PAN antes de que fuera un partido que se nombra con vergüenza y entre dientes.
por María Antonieta Mendívil
En su juventud se unió a las juventudes comunistas; luego fue haciendo un rodeo congruente, siempre respondiendo a su conciencia, hacia las comunidades sociales de base y hacia el PAN, del cual se alejó antes de que fuera un partido que se nombra con vergüenza y entre dientes.
Murió Jesús Enrique Salgado Bojórquez. Y vengo a recordar el cariño y admiración que le he profesado, para que el silencio de sus últimos años —por una condición médica— no abone al olvido.
Enrique fue empresario, y también un movilizador de ideas, un lazo entre mentes que debían dialogar, un curioso de la historia, cultura, pensamiento, filosofía, un amante del desierto.
Siempre pies a tierra. Si se interesaba por el legado del Padre Francisco Eusebio Kino, no solo leía y estudiaba, sino que organizaba cabalgatas para seguir sus rutas en las tierras yermas de Sonora. Si leía la revista Vuelta y con especial interés a Gabriel Zaid, no solo guardaba la revista en su librero: iba y se sentaba con Gabriel Zaid para hablar e intercambiar puntos de vista.
Era un conversador brillante, sin poses ni rebuscamientos, abierto y lleno de sentido del humor. Enrique leía a Góngora, y era capaz de recitarlo con su fuerte acento sonorense. Leía a Teillhard de Chardin, y se preocupaba por su comunidad.
En su juventud se unió a las juventudes comunistas; luego fue haciendo un rodeo congruente, siempre respondiendo a su conciencia, hacia las comunidades sociales de base y hacia el PAN, del cual se alejó antes de que fuera un partido que se nombra con vergüenza y entre dientes.
Para quien se pregunte cómo dio esta vuelta, le diría que tendría que haber vivido en los 80 y 90, cuando ese tránsito ideológico era posible y benigno, sin sombra del oportunismo o de incongruencia.
En el 97 tomó la decisión de ser candidato a la gubernatura de Sonora por el PAN. No se enfrentó a Armando López Nogales. Se enfrentó a Beltrones, con todo lo que ello significa.
Su casa estaba siempre vigilada por gente de gobernación. Ostentaban ese espionaje como una forma de generar terror psicológico. Enrique se asomaba por su enorme ventanal al jardín abierto, sin rejas ni protección alguna, y se preguntaba: ¿No querrán agua? ¿No querrán café? No era del todo ingenuo. Era su forma de enfrentar esa guerra incansable que ejerció el poder contra él.
Vienen a mi mente anécdotas hilarantes como esta o sobre los espionajes a su celular. Pero dejó de ser simpático cuando fue perdiendo sus autos, en accidentes inexplicables, en la sierra de Sonora.
Un empresario exitoso le envió un mensaje: que me diga qué necesita, cuántos carros, dinero, para la campaña. Enrique no aceptó un cinco. No quería compromisos, no quería favores.
Cuando perdió, acabó drenado emocional y económicamente. Pero Enrique, ese hombre atrabancado, claro, siguió su camino. Ya desde antes se le habían cerrado las puertas en el estado. Como constructor de ferro cemento no tenía forma de participar en licitaciones o concursos para obra pública. Impulsaba la creatividad de su equipo de trabajo para imitar arrecifes y otro tipo de paisajes que acababan en acuarios u hoteles en Estados Unidos.
También hizo unas estatuillas del padre Kino, su figura tan admirada.
Me encantaba hablar con él; verle junto a Luz Amalia, su esposa, también brillante, divertida, jovial, valiente.
La última vez que lo vi en persona, fue en un supermercado, muy temprano, poco después de las 7 am. Lo acompañé a su auto para que me entregara el libro que había editado sobre las rutas del padre Kino, con otros participantes de las cabalgatas e historiadores.
La última vez que hablé con él fue ya estando yo aquí en al Ciudad de México, con mi hija menor recién nacida. Le dio gusto. Hablamos poco con la promesa de vernos en Hermosillo para presentarles a mi niña a él y Luz Amalia.
Cuando volví a Hermosillo, Enrique ya no se presentó. A la firma de libros a la que fui, se acercó uno de sus mejores amigos, Enrique Rubio, y me pidió que dedicara uno de los libros a Enrique y Luz Amalia. Iba con esa encomienda: Enrique ya no estaba bien de salud.
Lo extrañamos desde antes de que se fuera, y nos hizo falta desde antes de su partida.
Abrazo a Luz Amalia, a su familia, hijos, nietos; a sus amistades, a todas las personas que dialogamos y aprendimos con él; a todas las personas que se sintieron tocadas por su andar en Sonora.
Te hemos extrañado, Enrique, nos has hecho falta, y así seguirá siendo. En paz descanses, amigo.
La campaña del PAN en 1997*
En el PAN, Enrique Salgado desde el inicio de su campaña dejó percibir la diferencia entre hacer una campaña con toda la militancia panista sonorense y realizar otra con la mitad o menos de la mitad de los integrantes del partido. Sin embargo, su entusiasmo fue determinante, pues nunca mostró desgano por la contienda a pesar de las críticas de un sector importante de opinión que señalaba una campaña ausente de la contienda por el voto.
Gran parte de su plan de trabajo proselitista consistió en un discurso contra el entonces gobernador Beltrones, cuyos errores de gobierno señalaba cotidianamente. En alguna ocasión afirmó: «los errores del sexenio de Beltrones son la mejor campaña para nosotros», en franca alusión a lo que él consideraba que podía capitalizar de los trabajos del sexenio de Manlio Fabio. Así, con el lema «por el Sonora que todos queremos ver», su propuesta se basó en varios ejes que prácticamente abordaron la problemática general de la entidad, mas no en términos específicos; la falta de ofertas concretas fue causa de críticas, lo que, sumado al escaso carisma que desplegaba, para muchos no generaba entusiasmo. Desconocido para gran parte de la población sonorense por la súbita manera en que apareció en la escena política, su campaña se perdió entre la poca propuesta y el recuerdo de haber sido impulsado desde el centro de la república. Por ello, finalizar los cien días de campaña fue significativo, a pesar de que el mismo discurso crítico al gobierno del estado y la inconsistente oferta política mostraban a un candidato y una campaña arrastrada por los conflictos del partido.
En cuanto a los partidos pequeños, la falta de campañas fuertes y eficaces del PRI, PAN y, en parte, del PRD, los contagió. Tampoco ellos mostraron alternativas y propuestas concretas, sus discursos se diluyeron con la apatía y la falta de atención de los sonorenses a sus campañas. El candidato del PT, Erasmo Fierro, se visualizaba con mayor entusiasmo y visión en la oferta política; empero, aparentemente no tenía el suficiente empuje para lograr avanzar y alcanzar la victoria.
En términos generales, las campañas sonorenses transcurrieron tranquilas y aburridas. Sólo la súbita aparición de algunas mamparas con la imagen de Adalberto Rosas López alteró momentáneamente la tranquilidad. Sin embargo, no pasó a mayores. El equipo de Enrique Salgado culpó al gobierno del estado, y éste a los seguidores de Rosas.
Eran momentos en que las encuestas ya señalaban vencedor a López Nogales. La de mayor prestigio de ellas, Covarrubias y Asociados, le daba al final de la campaña 44% de las preferencias electorales al candidato del PRI, 25% al del PAN y 18 % al del PRD (Así, 1997:9). Los resultados después de la jornada fueron distintos (no mucho), pero en ese orden quedaron las preferencias.
*EXTRACTO DEL ARTÍCULO: Las elecciones de gobernador en Sonora, 1997* . Juan Poom Medina**, Víctor Manuel Reynoso***
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