Entrevista de Dany El Rojo Cohn, lider del movimiento estudiantil de 1968 en Francia, a Abbie Hoffman, creador del movimiento Yippie (Youth International Party), que organizó a los hippies contra la guerra de Vietnam; también participó en el movimiento que defendía los derechos civiles y lideró el grupo de guerrilla-espectáculo de los Diggers e hizo parte importante de la comunidad hippie que se conformó en Nueva York en el 68.
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En una lectura del año 1968, hay una gran variedad de personas que fueron o hicieron, de alguna manera, parte importante de la historia que se escribió en esos días.
Quien sea de aquella generación, la de los sesenta, no podrá olvidar al pelirrojo Daniel Cohn, recordado por liderar las “revueltas” estudiantiles en Francia, en el inolvidable Mayo del 68. También recordará a Abbie Hoffman, quien en compañía de Jerry Rubin, creó el movimiento Yippie (Youth International Party), el 31 de diciembre de 1967. Este movimiento reunía a aquellos estudiantes que querían protestar en contra de la guerra de Vietnam y manifestar su inconformidad con el mundo.
Hacemos referencia a Cohn y a Hoffman porque el documento que se va a presentar en esta oportunidad es una entrevista realizada por Dany el Rojo al fundador del movimiento, en marzo de 1985. Este diálogo se llevó a cabo en Nueva York, como parte de una serie de encuentros que él tuvo con diferentes personas que de alguna u otra forma se relacionan con el 68.
Aquí la entrevista de Dany El Rojo Cohn a Abbie Hoffman:
Tanto en mi vida personal como en mis compromisos políticos, siempre he querido que hubiera una continuidad entre mis convicciones de ayer, mi acción presente y el futuro con el que sueño. Sin embargo, a muchos de mis interlocutores les parece que tal continuidad se ha roto. Por ello he sentido deseos de devolver la visita a mi “familia política”, en el más amplio sentido de la palabra, de ver nuevamente a esos militantes que conocí y con los que me he cruzado a lo largo de todos estos años, y a otros cuyos actos o personalidad influyeron en mi pensamiento y actividades políticas. Quise reunirme con ellos, ver cómo viven, medir y comprender su trayectoria a lo largo de estos veinte años (Cohn-Bendit 1987, 12).
- 2 “Los Diggers retomaban el nombre de una comuna agraria utópica comunista fundada en 1649 en Surrey. (…)
Hoffman, además de ser parte de los Yippies, también participó en el movimiento que defendía los derechos civiles. Lideró el grupo de guerrilla-espectáculo de los Diggers e hizo parte importante de la comunidad hippie que se conformó en Nueva York en el 68.
- 3 “Otras amenazas incluían pintar coches para que pareciesen taxis independientes que secuestrarían a (…)
Hoffman también es recordado por su intensa participación en las manifestaciones que se realizaron durante la Convención del Partido Demócrata en Chicago, organizada entre el 24 y el 29 de agosto. En esos días Hoffman también dijo que echaría LSD en el agua de la ciudad de Chicago –en palabras de Kurlansky– para mandar a la ciudad entera de “viaje”. Estas manifestaciones serán recordadas por la manera violenta en que las autoridades norteamericanas las enfrentaron. Del 24 al 28 de agosto, Chicago fue testigo de una movilización de 5.000 manifestantes y del ataque por parte de las fuerzas policiales. Entre el 28 y el 29 se terminó de sacar a la gente que estaba frente al Hotel Hilton protestando y a los que se encontraban en el Lincoln Park.
En 1969, más exactamente el 20 de marzo, Hoffman y otras siete personas –Rennie Davis, John R. Froines, Tom Hayden, Jerry Rubin, David Dellinger, Lee Weiner y Bobby Seale– fueron acusados por el Comité de Actividades Antiamericanas de conspiración por las manifestaciones llevadas a cabo en Chicago en el 68. El 29 de septiembre se presentaron ante el tribunal de Chicago, en un proceso que duró alrededor de cinco meses. La sentencia fue dada el 10 de febrero de 1970. Hoffman y cinco de sus compañeros fueron absueltos por conspiración, pero acusados por “haber traspasado los límites de los estados para incitar a la revuelta” (Zingoni y Glessi 1998, 48). Transcurrieron quince años desde entonces. Abbie y Daniel se encontraron en Nueva York para compartir un poco sobre lo que ha pasado en este tiempo. Y para saber qué queda de aquel año: el 68.
Abbie Hoffman, cuarenta sonrientes años. Con su barba grisácea, responde a la imagen esperada. Si juzgamos por su apariencia, no se ha “aburguesado”. Fijamos que uno de nuestros futuros encuentros se celebre a orillas de Saint-Laurent, en la frontera canadiense, donde posee una casita.
Mientras tanto nos reunimos en Nueva York, en el minúsculo estudio abarrotado de discos y libros donde vive con su compañera. Les sirve de cocina, dormitorio y local del movimiento contra la intervención americana en Nicaragua.
Dany Cohn-Bendit.-¡Hola, Abbie!
Abbie Hoffman.-¡Hola, Dany! Cuánto tiempo…
D.-Ya lo creo. Siete años.
A.- ¡Te dejaron entrar!
D.-Con dificultades. El servicio de emigración lo intentó todo. El pasaporte, el visado, los cuestionarios… Pero hablemos de ti; pareces muy ocupado.
A.-Me he convertido en un militante viejo. Ya sabes, al envejecer uno se vuelve más blando, eso está claro. Ahora tengo niños, soy responsable de su bienestar, de su salud, de su educación… Reparto el tiempo entre mis obligaciones personales y mis deberes hacia la comunidad. Las ideas progresistas en las que sigo creyendo.
D.-En los años 60, eras un ardiente aficionado a la droga, al rock, a la música
A.-Y al sexo…
D.-Sí, y ¡al sexo! ¿Y ha desaparecido todo eso de tu vida?
A.-Hace años que no tomo drogas, aunque siguen gustándome la música y lo demás. Por cierto, ahora es diferente. Ya no hay una contracultura donde apoyarse para provocar una toma de conciencia política. Lo único que hoy tiene una dimensión política en este país es la cultura latinoamericana. En otros tiempos llevábamos el pelo largo, ropas hippies, los pies descalzos, fumábamos droga, escuchábamos rock, le decíamos “mierda” a la sociedad. Estaba muy claro para todo el mundo, y la sociedad reaccionaba brutalmente enviando a sus polis para impedirnos vivir de aquella manera. En el movimiento hippie, que no fue en absoluto político. Los hippies no pretendían modificar el orden político del país, pedían simplemente que les dejaran en paz. Nosotros quisimos cambiar eso. Creamos el movimiento “Yippie”, para politizar el movimiento contestatario.
En 1967, hicimos salir a la gente a la calle, y fundamos el Partido Internacional de la Juventud, el “YIP” (Youth International Party). Así, en 1968, movilizamos a los que se oponían a la guerra de Vietnam para manifestarnos durante el Congreso del Partido Demócrata en Chicago. Decíamos: “El partido demócrata es la muerte. Nosotros los yippies organizamos la fiesta de la vida mientras se celebra el congreso demócrata. ¡Vean la diferencia!”. Organizamos conciertos gratuitos en las calles y reunimos a la gente en los parques. Creamos los Juegos Olímpicos yippies. Durante toda una semana, mostramos a los habitantes de Chicago otro estilo de vida. No vacilamos en hacer circular informaciones surrealistas: les hicimos creer que habíamos puesto LSD en el agua potable de la ciudad, y cosas así. El alcalde se puso como loco. Gritaba: “¡Son asesinos en potencia!”. Envió a la policía contra nosotros. Luego los policías afirmaron haberse contenido… ¡pero te juro que muchos de nosotros no opinamos lo mismo! A pesar de todo, resultó muy divertido.
Más tarde fundamos periódicos, creamos comités de defensa contra la policía, utilizamos toda esa contracultura para atraer a la juventud que rechazaba el modo de vida americano. Nos apoyamos en la rebelión espontánea de toda una generación. Considerábamos a aquella juventud como una clase social con necesidades y aspiraciones propias y creíamos que esta clase haría la revolución.
D.-¿Pensaron en la posibilidad de presentar un candidato a las elecciones presidenciales?
A.-En absoluto. Nuestro programa empezaba con la promesa de una vida eterna y terminaba con el compro- miso de ofrecer a la población servicios públicos limpios y gratuitos. Era divertido, pero tras estas provocaciones había una verdadera fuerza política que llegó incluso a amenazar directamente el poder del gobierno. Creo que si Johnson y Nixon cayeron se debió en parte a las manifestaciones que nosotros organizábamos. Obligamos a los diferentes gobiernos a modificar su política militar en Vietnam. Fue algo único en la historia de la civilización occidental. Es una locura pensar que un pueblo se haya atrevido a rebelarse contra su gobierno en tiempo de guerra.
Hasta entonces, en Occidente las guerras fueron siempre populares, la gente se mostraba encantada de poder agruparse tras una bandera, de cantar himnos sanguinarios y marciales, e ir a masacrar al enemigo fuera del país mientras dentro se silenciaba al enemigo interno. En aquella época para los americanos el enemigo interno éramos nosotros, los jóvenes. Las guerras en el extranjero son siempre muy muy populares: no hay que olvidarlo. Por eso es tan difícil luchar contra un gobierno que dirige una guerra en el extranjero. Los franceses que lucharon contra la guerra de Argelia pueden entenderlo, aunque las dificultades que encontraron fueron menores que las nuestras durante la guerra de Vietnam.
Por eso hoy digo, repasando todo aquello, que nosotros, los yippies, salvamos la democracia americana.
D.-¿Para ti es lo más importante?
A.-Sí… Con Woodstock. Dentro de treinta o cuarenta años, cuando se escriba la historia de nuestro siglo, Woodstock será reconocido como uno de los acontecimientos más importantes de estos tiempos. ¡Tan importante como Stravinsky! Un suceso único, extraordinario… Estoy convencido de que más adelante se reconocerá la capital importancia que tuvo como comunión espontánea de toda una generación. Hoy nadie puede imaginar lo que fue aquella concentración de quinientos mil jóvenes que, durante tres días, escucharon a los mejores y más originales músicos de la época. Toda aquella gen- te, una verdadera marea humana, tendida en la hierba, tranquila, feliz. Se había anunciado un cataclismo, una hecatombe. El gobernador del estado [Rockefeller] la declaró zona catastrófica. Para el New York Times, era una auténtica pesadilla, y para todas las instituciones bienpensantes del país, una tragedia. Era monstruoso, inaceptable. Nosotros en cambio decíamos: “Será formidable… Ya verán, será maravilloso”. Y lo fue.
D.– ¿Y después?
A.-Después cometí un estúpido error. Fue en 1973. Entonces probábamos todas las drogas posibles. Para saber cuáles eran nocivas y seleccionar las sustancias que podían tomarse y las que no, pensamos que debíamos probarlo todo. Y me pilló la policía. No les fue difícil. Estaba claro que yo era culpable ante la ley. Hubiera podido arriesgarme a un gran proceso donde defender mis ideas, pero, en aquella época, bajo la administración de Nixon, nuestras posibilidades de tener un proceso justo eran prácticamente nulas. Me arriesgaba a ser condenajdo a cadena perpetua. Preferí desaparecer, cambiar de nombre y sumergirme en la clandestinidad.
D.-Desapareciste.
A.-Cambié de vida. Tal vez era lo que deseaba sin saberlo. Tal vez estaba cansado del personaje Abbie Hoffman, un personaje público que ya no se me parecía, tal vez deseaba desaparecer. Y lo hice. Cambié todo en mi vida. Durante un año, aprendí a hablar sin agitar las manos, a no mirar de hito en hito a la gente cuando me paseaba por la calle… Realmente me convertí en otro hombre.
D.– ¿Fue duro?
A.-Terrible… Verdaderamente terrible… Es muy difícil ser un fugitivo. A nadie le puede gustar. Uno se desliga de todo, de su país, de su familia, de sus amigos. Te vuelves extraño para ti mismo, ¡es atroz! Varias veces me desmoroné. Fueron los años más duros de mi vida.
D.-Sin embargo, en esa época seguiste militando.
A.-Participé en las actividades de un grupo ecologista, bajo el nombre de doctor Berry Fread, fui recibido por una comisión del Senado e incluso estreché la mano del presidente Carter ¡mientras toda la policía del país tenía mi foto delante de sus narices desde hacía años!
D.-Y, en 1980, preferiste rendirte.
A.-Sí. La clandestinidad ya no tenía sentido. Negocié mi rendición. Pasé algún tiempo en la cárcel.
D.– ¿Y ahora?
A.-Soy un ciudadano normal. Vivo aquí. Trabajo.
D.- ¿Volverás a hacer política?
A.-Por supuesto. Nunca dejé de hacerlo.
D.-Dime una cosa, tú y Jerry Rubin eran como dos hermanos durante el movimiento yippie. Siempre se decía: “Abbie Hoffman y Jerry Rubin”, algunos llegaban a decir: “Abbie Rubin y Jerry Hoffman”, tan próximos estaban el uno del otro.
A.-Es verdad. Nuestro análisis de la sociedad, nuestra comprensión de la realidad, nuestras propuestas, eran casi idénticos.
D.-Y sin embargo hoy, cuando llego a Estados Unidos, los encuentro frente a frente, en un debate público en el que discuten con gran aspereza. Le sueltas que es un antidemócrata, que está cercano a los peores reaccionarios, que obedece a una ideología de corte fascista, y él te responde que los combates de los años 60 ya no tienen sentido.
Esto es lo que se dicen, y hay odio entre ustedes… ¿Por qué te impones esos debates públicos?
A.-Porque nos hemos divorciado. (Sonríe)
Al terminar esta entrevista, Daniel Cohn presenta las declaraciones de un encuentro entre Abbie Hoffman y Jerry Rubin, en un anfiteatro en la Universidad de Filadelfia. Hoffman falleció cuatro años después de este reencuentro, en el año 89. Murió a la edad de 52 años, luego de haber tomado una significativa cantidad de pastillas.
Bibliografía
Cohn-Bendit, Daniel. 1987. La revolución y nosotros, que la quisimos tanto. Barcelona: Editorial Anagrama.
Zingoni, Andrea y Antonio Glessi. 1998. 1968, una revolución mundial. Madrid: Ediciones Akal.
Kurlansky, Mark. 2004. 1968: el año que conmocionó al mundo. Barcelona: Ediciones Destino.
NOTAS
1 “Daniel Cohn-Bendit nació en 1943, en el seno de una familia hebrea alemana residente en Francia con el estatuto de apátrida, tras haber escapado al nazismo en 1933. Estudió en Francia y en Alemania occidental, adonde su padre vuelve en 1947 y su madre poco después. Daniel optó por la nacionalidad alemana. En 1968 es estudiante de Sociología en la Facultad de Letras de Nanterre. No pertenece a ningún grupo político y le gus- ta definirse como anarquista, influido por un hermano mayor, que es profesor en Francia. Se hace notar por primera vez en el campus de Nanterre lanzando una invectiva al ministro de la Juventud y de Deportes, François Missoffe, de visita en las nuevas instalaciones deportivas el 8 de enero de 1968: Daniel Cohn-Bendit le reprocha públicamente haber olvidado los problemas sexuales de los jóvenes en el “Libro Blanco de la Juventud”, publicado hacía poco por el Ministerio (en aquel tiempo, un conjunto de normas muy rígidas regulaban las posibilidades de visita de los estudiantes en las residencias universitarias de los estudiantes) […] Él dará lugar al Movimiento del 22 de marzo, constituido después de una manifestación de solidaridad con un estudiante detenido por la policía. A la cabeza de este grupo, Cohn-Bendit se convierte durante el Mayo en el exponente más espectacular de la protesta juvenil. Hasta el punto de que el Gobierno le prohibiría, inútilmente, volver a Francia el 21 de mayo tras haberse desplazado a Alemania” (Zingoni y Glessi 1998, 18).
2 “Los Diggers retomaban el nombre de una comuna agraria utópica comunista fundada en 1649 en Surrey. Los Diggers, guiados por el actor neoyorquino Emmett Grogan, al cual se unieron posteriormente el líder estudiantil Abbie Hoffman y el poeta zen conectado a los beat Gary Snyder, organizaban es- pectaculares manifestaciones de protesta por las calles, como la quema de billetes. Inicialmente activos sobre todo en San Francisco se trasladaron posteriormente por todo el país. La operación que los hizo célebres en todo el país fue la distribución gratuita de comida, que llevaron a cabo en 1967 por iniciativa de Grogan” (Zingoni y Glessi 1998, 34).
3 “Otras amenazas incluían pintar coches para que pareciesen taxis independientes que secuestrarían a delegados y los llevarían a Wisconsin, vestirse de guerrilleros del Vietcong y recorrer las calles repartiendo arroz, bombardear el anfiteatro con balas de mortero desde varios kilómetros de distancia, o hacer que diez mil cuerpos desnudos flotaran en el lago Michigan” (Kurlansky 2005, 358).
Abbie Hoffman, el último disidente norteamericano
Abbie Hoffman fue el símbolo de la protesta contra la guerra del Vietnam
Con la muerte, la madrugada el 12 de abril de 1989, de Abbie Hoffman, el radicalismo norteamericano, aplastado por ocho largos años de reaganismo y de conformismo generados por la paz exterior y el bienestar económico, ha perdido a su último rebelde. Este hombre desgreñado era el símbolo de la protesta liberal de los años sesenta contra la guerra de Vietnam, la punta de lanza de una difícil progresía en un país mayoritariamente conservador y satisfecho de sí mismo.
Aunque no hay nada sospechoso -léase drogas- en su muerte, el anticonvencionalismo del personaje y la ausencia de una causa aparente del fallecimiento han hecho que las autoridades decidieran practicar la autopsia al cadáver. Hoffman, de 52 años, fue encontrado muerto por el dueño de la casa en que vivía, en New Hope (Pensilvania), a las 20.15 del miércoles. Divorciado dos veces, deja una mujer y tres hijos. El pasado año, Hoffman, graduado en Psicología y discípulo de Herbert Marcuse, se definió como «un disidente americano». «No creo que mis objetivos hayan cambiado desde que, a los cuatro años, me enfrentaba con los matones de mi colegio». Fue un activista descontento con el materialismo de EE UU y su política exterior, defensor del tipo de la calle, de los débiles frente al establecimiento del Pentágono o de Wall Street.
«Era un gran tipo, un gran rebelde, un sedicioso y uno de los hombres más honorables de nuestro tiempo», dijo ayer el poeta y también activista de los sesenta Allen Ginsberg. «Era como un gran artista en sus happenings políticos, en crear situaciones que causaban una gran comprensión y una gran ilustración».
Tras una época como vendedor de productos farmacéuticos, Abbie Hoffman, que había fundado una empresa de suministros médicos junto con su hermano, se decantó por la lucha social. Primero, a favor de los derechos civiles de la minoría negra, y después, en la oposición a la guerra de Vietnam. A finales de la década se instaló en Nueva York, donde conectó con los hippies decidido a organizarlos en un movimiento activo. «Yo siempre», diría después, «he tenido mi flor en el puño cerrado».
Hoffman organizó un heterodoxo movimiento político de protesta denominado yippies, por Youth International Party, que se vanagloriaba de «no tener líderes, ni miembros, ni organización». Abbie se convirtió en una figura nacional gracias a la protesta que dirigió en la convención del Partido Demócrata en Chicago, en 1968, contra la guerra de Vietnam y que acabó en serios disturbios que conmocionaron al país.
‘Los siete de Chicago’
Hoffman, como miembro de los llamados siete de Chicago, entre los que se encontraba Tom Hayden, que después se casaría -ya se ha separado- con Jane Fonda, fue sometido a un juicio acusado de conspiración. Finalmente, fue absuelto de ese cargo. Uno de los siete, Jerry Rubin, afirmó ayer que «Hoffman era una persona muy peculiar que no puede ser reemplazada. Combinaba el humor y el compromiso. Toda su vida luchó por algo. Siempre se resistió a la autoridad. Era un héroe americano único. Es una pérdida tremenda».
En 1968, el año del mayo francés, dirigió la insurrección estudiantil en la universidad de Columbia, en Nueva York. «Fue un gran año, maravilloso, de los que ya no se hacen», diría pasado el tiempo. En 1974 pasó a la clandestinidad para evitar un juicio por posesión de cocaína. En 1980 se presentó a las autoridades y reveló que se había cambiado la cara mediante la cirugía estética. En sus años de fugitivo, y mientras estaba dedicado a causas ecologistas, Hoffman llegó incluso a acudir a testificar ante comités del Senado y a ser nombrado para formar parte de una comisión federal.
Cumplió condena, un año, por la antigua posesión de droga, y en los últimos tiempos se dedicó a escribir nuevos libros y a dirigir protestas en defensa del medio ambiente y contra las centrales nucleares y la CIA. Fue detenido 42 veces en su vida de activista; la última, en 1987, en compañía de la hija de Jimmy Carter, Amy, en la universidad de Massachusetts.
Antes de morir, Abbie estaba dirigiendo la oposición a una estación de bombeo en el río Delaware para sacar agua para enfriar una central nuclear.
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