La gente oriunda del lugar, por alguna razón viviendo en otra parte del país o del extranjero, aprovecha este período vacacional para regresar a su amado terruño, y al igual que el resto de visitantes, quedan invitados a repetir el viaje el año siguiente, tanto para profesar su fe espiritual, como para disfrutar la diversión pagana que protagonizan los judíos
por E. Ramiro Valenzuela López
En marzo de 2022, después de dos años de suspenso a causa del coronavirus, el entusiasmo de los bacanorenses ausentes, al igual que el mío, se desbordaba por disfrutar de nuevo el relax que ofrece la “semana santa” en nuestro adorado terruño.
Unos días antes, por rumbos de Tijuana, de manera casual me encontré a un estimado paisano de mi camada, radicado desde hace tiempo al otro lado de la frontera. Palabras más, palabras menos me dijo:
“Se acerca la semana santa carnal. Ya me anda con hielera de por medio, sentarme contigo y con mis queridos paisanos en el recinto, al pie de la torre a un lado de la iglesia, frente a la plaza; para admirar el remozado y arbolado centro histórico; divisar el emblemático cerro de Bacanora, con sus majestuosas piedras rojizas, enfiladas como guardianes de un fortín, sobre ellas, la alargada cresta de gallo. Divisar en frente, a los cerros de la “rinconada, “la campanita” y “la mesa de los moros”, a donde con pitayero en mano, la chamacada madrugábamos a la pisca de pitayas.
Sobre todo sentados ahí, añorar los días ya lejanos, cuando tú y yo, disfrazados de fariseos con chaparreras y ruidosos cencerros, hacíamos bromas pesadas a las bellas damitas que participaban en las procesiones; bromas correspondidas con encantadora sonrisa. Recordar cuando con chuscos disfraces, nosotros éramos los encargados de divertir a la amable concurrencia”.
Enseguida mi apreciado amigo hizo silencio para exhalar un profundo suspiro. A mí no me quedó más, que sumar mi suspiro al suyo.
La gente oriunda del lugar, por alguna razón ausente, aprovecha este período vacacional para ocasionalmente regresar a su amado terruño, y al igual que el resto de visitantes, quedan invitados a repetir el viaje el año siguiente, tanto para profesar su fe espiritual, como para disfrutar la diversión pagana que protagonizan los judíos.
De paso, saborear el rico “menú cuaresmal”; a base de “tortitas de huevo en chile colorado, chicos, enchiladas, capirotada, sin menospreciar un rico “trago de bacanora”. Yo diría, que una real indulgencia en esos días, es abstenerse de “la gula” en mi pueblo.
La veneración al Nazareno es tal, que las celebraciones más relevantes de la humanidad, son su nacimiento en la navidad y su pasión y muerte en la “semana santa”. El clima ideal de la temporada enriquece el disfrute de la festividad, toda vez que, las gélidas temperaturas ya han pasado, y los calores extremosos aún no aparecen; además, el colorido y las fragancias primaverales están en su apogeo: por eso y más, la “semana santa” se convierte en el período vacacional por excelencia, donde cada quien lo disfruta según el grado espiritual o pagano que profesa.
En los pueblos serranos, sobre todo en el mío, quizá por tratarse de poblados alejados del bullicio playero; aunque respetuosa, es donde más se aprecia la mezcolanza entre el rito espiritual y la festividad popular un tanto carnavalesca; prevaleciendo desde luego, la devota veneración al insigne Galileo.
Desde el miércoles santo, el esparcimiento es ruidoso y bullanguero. En forma jocosa los jóvenes se disfrazan de fariseos para realizar mini comedias que divierten a propios y extraños; damas y caballeros se apoltronan sobre las banquetas para disfrutar la sana diversión de los judíos; quienes, sin pecar de insolentes, presentan improvisados “sketch”, por lo general de carácter político; con máscaras muy parecidas a personajes de los polémicos partidos; actuaciones que entretienen tanto o más, que las comicidades que ofrecen los carnavales playeros.
En otra faceta distinta, esos mismos fariseos aportan su medido y respetuoso proceder a la celebración espiritual organizada por la iglesia, participando en las procesiones, donde cada judío ficticiamente asume el papel de verdugo, aquellos que martirizaron y luego crucificaron al insigne galileo; crucificaron al hombre inocente que, a más de dos mil años de su pasión y muerte, cada domingo llena de católicos las iglesias del mundo; crucificaron a quien por su beatitud misericordiosa, y a pesar de su corta existencia, la humanidad a la postre, reconoció su indiscutible divinidad, separando la eternidad en dos eras, “Antes de Cristo y Después de Cristo”.
Una de esas procesiones pascuales, quizá la más lúcida, por el fervor con el que participa la mayor parte de la población, es el “viacrucis”; cuyos personajes bíblicos con sus respectivos diálogos, son representados impecablemente por improvisados actores de la localidad, portando sofisticados vestuarios manufacturados por costureras de ahí mismo, trajes muy semejantes a los usados por sumos sacerdotes y soldados romanos.
Las estaciones del viacrucis son colocadas equidistantes, sobre las principales rúas del pueblo, culminando con la crucifixión de Jesús en vivo y a todo color a las orillas del poblado, precisamente en la loma de la “santa cruz”, que hace las veces de la colina del Gólgota.
La fiesta culmina el sábado de gloria con la quema de una botarga simulando a Judas Iscariote. Felices pascuas.
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