27 de abril de 2024

El romance del indio seri Coyote Iguana y Lola Casanova

En una incursión de los seris en el siglo 19, se apoderaron de Dolores Casanova, a quien el jefe Coyote-Iguana la convenció de que viviese con él para ser la «reina de los seris».

Los seris de sonora
Las seris

La Isla del Tiburón, ha sido desde tiempo inmemorial, el reducto de la tribu Seri. Situada frente a la ciudad de Hermosillo, en la costa bañada por las aguas del Mar de Cortés, la isla no ofrece mayores perspectivas; pero ha sido siempre un refugio para la tribu que considera dicho territorio, como de su absoluta propiedad; varios han sido los gobernantes de Sonora, que han hecho encomiables esfuerzos por asimilar a los seris a la civilización y todo ha sido en vano; indolencia y pereza, a la vez que valor indiscutible, son características suyas.

En años anteriores, los seris incursionaban frecuentemente por sitios donde había perspectivas de robo abundante; y frecuentemente tuvieron el atrevimiento de llegar hasta las goteras de la ciudad de Hermosillo, sembrando el terror entre los vecinos que se dieron cuanta del peligro; no era raro también verles atacar a los convoyes que por precaución se formaban para hacer travesías de una a otra ciudad, y muy frecuentemente sucedió que tanto el valor como la superioridad numérica, diera el triunfo a los indios en los encuentros tenidos. María se llamaba la mujer a quien Lola Casanova contó la historia dolorosa; un día, sentada María frente al jacal donde vivía y donde meses antes habían matado a su esposo los seris, vio llegar a un grupo de mujeres de la tribu, quienes se acercaron para tomar agua del pozo. Una de ellas, al sentarse a descansar, dejó al descubierto un muslo blanco y bellamente formado; el contraste de su cara casi negra con aquel muslo mórbido, llamó la atención de María, quien le preguntó a la india: -¿Eres de la tribu seri, o perteneces a la raza blanca?

-Pertenecí hace muchos años; ahora soy una india como otra cualquiera… – contestó casi con indiferencia la interrogada. -¿Fuiste alguna mujer a quien tomaron “cautiva” los indios? -Sí; posiblemente tú oirías hablar de Dolores Casanova, ¿no es verdad? -¿La cautiva de “La Palmita”? ¿Acaso tú eres Dolores? -Lo fui; ahora soy la mujer de Coyote- Iguana, la reina de los seris- contestó con un dejo de dolor la india. Y lentamente, fue desgranando el rosario de su vida azarosa, en que la aventura tejió para aquella mujer, un destino con que nunca soñara.

“Lola casanova, había nacido en Guaymas, hija de padre español, de mediano acomodo, y de madre mexicana, mella y virtuosa. Tenía 18 años, cuando un día en unión de algunos de sus familiares, hizo un viaje a Hermosillo. Eran muchos los que formaban parte del convoy, ya que por la inseguridad de los caminos, muchas personas preferían detener su viaje hasta esperar más viajeros, para tener mayor seguridad en el camino. Nada aparentemente parecía turbar la quietud del paisaje; apenas si el chirriar de las ruedas de los carros sobre los pedruscos del camino, interrumpían el silencio; se acercaba la caravana a “La Palmita” cuando las mujeres comenzaron a dar señales de inquietud, y de pronto, una flecha que pasó silbando trágicamente para ir a hacer blanco en la cabeza de uno de los carreros, detuvo la marcha, para hacer aprestos de defensa; encarnizado fue el encuentro…

Balas y flechas se cruzaron con salvaje furia, alaridos de dolor y gritos de angustia llenaron el campo, y por fin, después de casi una hora de combate, los indios resultaron vencedores. “Cuando Lola recobró el sentido después del combate, se encontró en los brazos de un indio alto y fuerte, de fiera aunque no, desagradable mirada; el terror que sintió la inocente muchacha, le privó de la voz pero luego al recordar lo pasado, gritó con angustia indecible, y entonces el indio, en mal español, le explicó la situación.

El era el jefe de la nación seri, era hijo de un gran guerrero pima que murió en rudo combate, cuando él era un pequeñuelo que quedó cautivo de los seris; su valor, sus naturales conocimientos en asuntos de guerra, le hicieron captarse la confianza y el cariño de la tribu, hasta que un día delegaron en él el mando, y fue obedecido y querido como jefe. “Tenía una isla llena de tesoros, era el rey de la nación más valiente y temida del mundo (de su mundo al menos) y todo lo ofrecía a Lola para que no le abandonara; él se hundiría en las aguas misteriosas para arrancar al fondo de los mares sus más bellas perlas, y arrancaría a los leones las pieles sedosas para cubrir su bello cuerpo, aquel blanco cuerpo de estatua con que el indio había soñado en sus noches de fiebre y de ambición…. [sic] “Lola le escuchaba en silencio; un torbellino se había desatado en su pensamiento; el pasado suyo de niña mimada y bella, sus sueños de casarse con el hombre a quien amaba, su casita risueña, sus pájaros, sus flores, sus trajes vaporosos que la brisa guaymense agitara en las tardes bañadas de sol, todo quedaba anulado y muerto ante esta espantosa realidad.. La mujer del jefe de los seris, la mujer de un indio, no por hermoso y fuerte, menos salvaje.”

Pero el destino tiene designios extraños, y el de Lola se cumplió. Desde aquel día rompió forzosamente con su pasado, y se convirtió en la Reina Blanca de los Kunkaaks. Al principio, sufrió el desprecio de las mujeres de la tribu, que no la aceptaban como digna, de ser la compañera de Coyote-Iguana; pero el valor y el respeto hacia el jefe, venciéronlo todo, y Lola fue querida y formó parte de aquélla rebelde familia aborigen a quien diezma cada día más su horror a la civilización. Diez meses después del fatídico encuentro en La Palmita nació el primer hijo de Lola Casanova y Coyote-Iguana; fue entonces, según propia confesión, cuando ella comprendió que el pasado había muerto definitivamente; el amor hacia el hijo, y también hacia el padre de aquel hijo, la ligaban a la suerte de la tribu seri. El gran amor de Coyote-Iguana, demostrado en formas diversas, inclusive en los fuertes encuentros que tuvo que sostener contra los cabecillas de los seris, para imponer a Lola como reina, le captaron el cariño de la muchacha blanca.

Lentamente fue perdiendo sus nexos con el mundo civilizado; se acostumbró a pintarse cuerpo y cara de abigarrados colores, como las indias de la tribu, no sintió ya repugnancia por comer carne cruda, y la intemperie no la asustaba ya. Otros hijos vinieron a separarla más del mundo de los suyos; varias veces, en unión de otras mujeres llegó a Hermosillo, y logró ver a varios miembros de su familia en diversas ocasiones; pero adquirida ya la rebeldía de la tribu, comprendiendo que sería imposible que los suyos vieran en ella a la muchacha perdida hacía muchos años, permaneció impasible, callada, resignada. Había además la circunstancia de que el amor a su marido y a sus hijos, la ligaba más a la vida del presente que a la del pasado; comprendía que no podía aunque quisiera, asimilarse al ambiente del que había desplazado su destino. Coyote-Iguana, envejeció; su largo poderío parecía haber impuesto definitivamente el reinado de la mujer blanca, pero a la muerte del jefe supremo, los indios se insubordinaron, y en salvaje venganza, arrojaron el cadáver de Coyote- Iguana a los perros que lo destrozaron furiosamente. El dolor de Lola fue muy grande, pero pareció resignarse.

Mujer fuerte, esperó pacientemente a que el mayor de sus hijos tuviera la edad necesaria para rescatar el poder que legalmente le correspondía, de la tribu rencorosa que en los últimos días de la vida de su padre, le había hecho sufrir hasta la muerte. Vengada la muerte de su esposo, Lola conquistó el poder para Coyote-Iguana II, quien habiendo heredado de su padre las dotes de mando y de fuerza, condujo a la tribu por un camino de relativo adelanto, relativo, porque a pesar de todo, los seris siguen siendo al paso de los siglos un conglomerado cada día más reducido, más pobre, más débil. Durante el poder de Coyote-Iguana II, no cesaron los ataques y el odio contra Lola; pero su hijo, digno hijo suyo y del valiente jefe pima, la defendió de los ataques, hasta que en un combate, encontró la muerte.

Con su muerte, la tribu se creyó libre de la dinastía de los Coyote-Iguana, pero fue errónea la creencia, pues el segundo hijo más fiero en el combate, más valiente que su hermano, supo imponerse en forma tal, que todos los cabecillas seris que habían permanecido dispersos desde la muerte de su padre, tuvieron que someterse a su mando. Quizá la sangre de viejos guerreros hispanos, que corría por sus venas, floreció en admirables planes de organización, que dieron resultado que todo intento de sublevación fracasara, conservando el poder y dando a su madre todas las satisfacción que pudo, y el respeto a que tenía derecho.

Cuando la paz se había hecho, cuando Lola casanova olvidaba que era la fundadora de la dinastía de los Coyote-Iguana, a veces en la puerta de su casa, contemplaba los últimos resplandores del sol, viendo cómo sobre las aguas del Mar de Cortés se irisaban los rayos luminosos dando a las tonalidades rojizas, evocaba aquella otra playa donde se deslizó su vida infantil, aquel Guaymas de caballerescos prestigios, sobre cuyas olas se mecieron tantas lejanas ilusiones… Pensaba en todo lo que había perdido en todo el lapso doloroso que había significado para ella en sacrificios, en una completa negativa de la vida civilizada, para convertirla en la Reina Blanca de los seris, de estos indios que al paso de los años, le habían impuesto sus costumbres bárbaras…. [sic] y alguna vez, lloró sobre las ruinas del pasado, un llanto silenciosos que estremecía su cuerpo vencido ya por los años y el dolor…. [sic] Sólo una luz había en su vida; la pujante juventud de su hijo Coyote-Iguana III, fiero en la lucha, de facciones bellas y de cuerpo de estatua de bronce; amante de su madre hasta el fanatismo, y continuador de los viejos prestigios de su raza.

*** Y en un lejano sitio de aquélla tierra donde un día se extinguirá para siempre la tribu Seri, en un triste cementerio indio, bajo la indiferencia de los que pasan sin dedicar una mirada al montoncito de tierra donde duerme el sueño del olvido, seguirá disgregándose el cuerpo de la dulce muchacha blanca que vivió el romance más trágico en la vida de una mujer. Amada más que nadie, defendida como ninguna, odiada hasta la muerte, tal fue el resumen de la vida intensa de Dolores Casanova.

Su historia que tiene más perfiles de leyenda que de realidad, es ampliamente conocida en la región donde vivió. Su recuerdo es querido y ha servido para más de un cuento que inspira tristeza y respeto; la tribu seri sigue en su peregrinaje hacia la nada, porque tendrá que extinguirse un día; ningún esfuerzo, ningún ejemplo, nada ha sido suficiente para dominar su rebeldía, su indolencia, su pereza legendaria.

Quizá en la existencia larga y penosa de esta tribu, lo mejor, lo más bello, lo que encierra una página de belleza y romance, de amor y de fuerza, ha sido la historia de Dolores Casanova; el forzoso entronizamiento de la dulce Reina Blanca, fundadora de la dinastía de los Coyote-Iguana.

REVISIÓN HISTÓRICA DE LA LEYENDA

En el siglo XIX eran frecuentes las incursiones de indios seris en el estado de Sonora. En una de ellas se apoderaron de Dolores Casanova (Velasco), hija de una familia prominente de Guaymas. Según la tradición, el jefe seri Coyote-Iguana la convenció de que viviese con él y se convirtiese en la «reina de los seris». Lola aceptó, tuvo tres hijos con él y se transformó, en aspecto y modales, en una mujer seri. A pesar de las disputas que tuvieron lugar entre ella y su marido por la jefatura de la tribu, Lola siguió con los seris, pues en ese grupo hallaba su vocación y plenitud. De este modo se logró la síntesis de dos formas de entender el mundo.

Lola Casanova había nacido en Guaymas, hija de padre español, de mediano acomodo, y de madre mexicana, muy bella y virtuosa. Tenía 18 años cuando un día, en unión de algunos de sus familiares, hizo un viaje a Hermosillo (De Parodi, 1998, p. 831).


En un lugar denominado La Palmita la caravana sufrió un ataque de los indios seris. El encuentro se describe como encarnizado. Y

…cuando Lola recobró el sentido, después del combate, se encontró en los brazos de un indio alto y fuerte, de fiera aunque no desagradable mirada; el terror que sintió la inocente muchacha le privó de la voz… Él era el jefe de la nación seri; era hijo de un gran guerrero pima que murió en rudo combate cuando él era un pequeño que quedó cautivo de los seris; su valor, sus naturales conocimientos en asuntos de guerra, le hicieron captarse la confianza y el cariño de la tribu, hasta que un día delegaron en él el mando, y fue obedecido y querido como jefe… Tenía una isla de tesoros, era el rey de la nación más valiente y temida del mundo (de su mundo al menos) y todo lo ofrecía a Lola para que no le abandonara; él se hundiría en las aguas misteriosas para arrancar al fondo de los mares sus más bellas perlas, y arrancaría a los leones las pieles sedosas para cubrir su bello cuerpo, aquel blanco cuerpo de estatua con que el indio había soñado en sus noches de fiebre y ambición… (De Parodi, 1998, pp. 834-835).

No obstante en sus pensamientos la joven alse imaginaba: «La mujer del jefe de los seris, la mujer de un indio, no por hermoso y fuerte, menos salvaje» (De Parodi, 1998, p. 835).

Coyote-Iguana también se llamaba Jesús Ávila Sánchez —nombre menos apropiado para una leyenda— y era hijo de los seris Juan Ávila y Mariana Sánchez (Lowel, citada por Gálvez, 1999). Lola se unió con el jefe indio y fue la «reina blanca».

Diez meses después del encuentro nació el primer hijo: «fue entonces, según propia confesión, cuando ella comprendió que el pasado había muerto definitivamente; el amor hacia su hijo, y también hacia el padre de su hijo, la ligaban a la suerte de la tribu seri» (De Parodi, 1998, p. 835).

El hijo es símbolo de unión, es mestizaje genético y cultural.7 Y como mujer hace declinar la balanza de la elección teniendo en cuenta el simbólico poder del hombre en la sociedad y la supremacía del linaje patrilineal. Además del amor que ella supuestamente sentía, de su posición de reina y de las riquezas que podía llegar a tener. «Otros hijos vinieron a separarla más del mundo de los suyos», tercia la narración legendaria (De Parodi, 1998, p. 835).

Este relato de amor se ve ensombrecido con algunos datos de carácter histórico que afirman que ella vivía en la isla «infeliz y lloraba» y que «finalmente aceptó a Coyote-Iguana por esposo» (Morse, citado por Gálvez, 1999). La versión literaria ensalza el amor y el estatus social. La perspectiva histórica aparece menos romántica y pretenciosa socialmente hablando, y más pragmática.

Dicen que al morir el jefe los indios lanzaron su cadáver a los perros, pues no olvidaron que éste tuvo que imponer a Lola como su mujer —y seguramente, aunque no se menciona, él era al fin y al cabo de otra tribu, como alguna que otra versión supone—. Ella esperó a que su hijo tuviera edad para vengar el desprecio sufrido tras la muerte del padre y gobernar en su lugar, como legítimo heredero. Lola seguía siendo insultada en su calidad de extranjera, y era ahora su hijo quien se encargaba de defenderla. Cuando éste murió, le siguió otro hijo en el cargo, a pesar de la oposición de la tribu:

Quizá la sangre de viejos guerreros hispanos que corría por sus venas floreció en admirables planes de organización que dieron como resultado que todo intento de sublevación fracasara, conservando el poder y dando a su madre todas las satisfacciones que pudo, y el respeto a que tenía derecho (De Parodi, 1998, p. 836).

SERIS DE HOY: banda seri de rock Hamac Caziim

La doctora Anna M. Hernández Poncela, antropóloga por la Universidad de Barcelona e investigadora en materias de Mujer Identidad y Poder, buscó el lado histórico de este relato y apuntó;

Sin embargo, y lejos de las versiones románticas y novelescas del asunto, los estudios históricos indican que Lola dejó la tribu seri embarazada y se fue a Hermosillo —se dice que para proteger a los indios de un ataque por su causa—, perdió el hijo que esperaba y abandonó a su primogénito, Víctor Ávila Casanova, con los indios, temiendo el conservadurismo de la sociedad hermosillense y su no aceptación.

Sin ánimos de romper el encanto de la literaria novela, Coyote-Iguana se volvió a casar con una seri. Después, tras una disputa entre indios, se exilió entre los pimas en las colinas cercanas a Guaymas; de ahí la confusión que se tiene acerca de su supuesto origen (Córdoba Casas, citado por Gálvez, 1999). Otros testimonios (Astorga, citado en Gálvez, 1999) aseguran que Lola tuvo tres hijos e insisten en que jamás regresó con su familia de origen y que prefirió quedarse a morir con los indios. La verdad, no hay una investigación seria y rigurosa sobre el asunto, sin embargo, y a efectos de este trabajo, nos interesa más el relato legendario que la verdadera historia.

Por lo general, casi todas las leyendas mexicanas de amor —o desamor, que es lo más usual— entre dos etnias son entre español e india (Fernández Poncela, 2000). La anterior —mujer blanca con hombre indio— es una excepción, como también lo es el hecho de que esta historia parece tener un fondo real, más allá de la distorsión de las versiones de los relatos existentes.

Otra excepción sería el hecho de que hay inversión de relaciones de género, ella domina o llega a hacerlo, porque la etnia tiene el valor más preciado, o se le otorga, sobre el estatus social y el hecho de ser hombre y mujer. Es mujer con poder, pero es poder atribuido por los y las narradores de la historia, por un lado, y de otro derivado o justificado por su origen —blanca y mestiza— y su relación matrimonial con el jefe de los seris, que la eleva al más alto rango de prestigio social y que según algunos relatos la llegan a calificar como reina.

Si se profundiza se puede elaborar la explicación siguiente: se trata de una de las múltiples imágenes del mestizaje, del encuentro de dos culturas, aunque se dé ya en la etapa del México independiente; una metáfora fundante del nuevo orden social, como la historia-mito de Malinali, pero con características diferentes. Aquí ella parece dominar, no es el arquetipo de mujer inteligente pero que desarrolla el papel de sumisa y además traidora —más bien representa o es equivalente al soldado español en las leyendas coloniales tradicionales—.

En su calidad de blanca —o mestiza—, de descendiente de españoles y mexicanos, unida a un jefe indio —versión de la hija del cacique con prestigio, riquezas materiales y estatus social—, ella crea una familia de procreación que son los habitantes de las tierras mexicanas. Así, no sólo hay hijos e hijas de Malinali y Cortés, también la descendencia de Lola Casanova y Coyote-Iguana recorre la geografía del México de hoy, con sus historias a cuestas y con sus leyendas que inventan el pasado, lo explican, exorcizan, acompañan y alivianan el caminar de cada día.

La belleza de las mujeres de la comunidad Comcáac

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