El otrora oficial del ejército zapatista fue uno de los pilares de la lucha agraria y obrera en Morelos durante los gobiernos posrevolucionarios.
Pacificado gracias a la mediación de Cárdenas, Jaramillo luchó por los derechos de los campesinos y colaboró con diversos movimientos nacionales. Pero desesperado por la corrupción de los políticos, las amenazas a los luchadores sociales y la imposibilidad de transformar las cosas por medios políticos, planeó levantarse en armas contra el gobierno por tercera vez.
Sin embargo ya no le dieron tiempo: fue asesinado y con él fueron sacrificados su esposa e hijos.
El 23 de mayo de 1962, el militar, político, revolucionario y guerrillero Rubén Jaramillo, su esposa Epifania Zúñiga García y sus hijos Enrique, Ricardo y Filemón, fueron secuestrados por soldados vestidos de civiles al mando del capitán José Martínez Sánchez, hombre moreno cuya mejilla cruza una cicatriz, guiados por el exjaramillista Heriberto Espinosa, alias “el pintor”, y trasladados en vehículos militares a las inmediaciones de las ruinas de Xochicalco, en donde horas después fueron ultimados con armas reglamentarias del Ejército Mexicano. La operación fue presenciada por los vecinos y Rosa García, anciana madre de Epifania.
Carlos Fuentes describió los asesinatos en la revista Siempre!
“Los bajan a empujones, Jaramillo no se contiene: es un león de campo, es te hombre de rostro surcado, bigote gris, ojos brillantes y maliciosos, boca firme, sombrero de petate, chamarra de mezclilla, se arroja contra la partida de asesinos; defiende a su mujer, a sus hijos, al niño por nacer; a culatazos lo derrumban, le saltan un ojo. Disparan las subametralladoras Thompson. Epifania se arroja contra los asesinos; le desgarran el rebozo, el vestido, la tiran sobre las piedras. Filemón los injuria; vuelven a disparar las submetralladoras y Filemón se dobla, cae junto a su madre encinta, sobre las piedras, aún vivo, le abren la boca, toman puños de tierra, le separan los dientes, le llenan la boca de tierra entre carcajadas. Ahora todo es más rápido: caen Ricardo y Enrique acribillados; las subametralladoras escupen sobre los cinco cuerpos acribillados. La partida espera el fin de los estertores. Se prolongan. Se acercan con las pistolas en la mano a las frentes de la mujer y los cuatro hombres. Disparan el tiro de gracia. Otra vez el silencio en Xochicalco.”
Rubén Jaramillo nació en Tlaquiltenango hacia 1900. En 1914 se incorporó al Ejército Libertador del Sur del general Emiliano Zapata y se convirtió en un oficial apreciado y querido por los habitantes de Morelos y el sur de Puebla.
En 1918 Jaramillo reunió a los hombres que lo seguían y les explicó que la revolución zapatista había sido derrotada, por lo que valía más guardar las armas y retirarse para continuar la lucha en un momento más propicio.
Durante los años siguientes, trabajó en diversos ranchos y haciendas, y conoció la cárcel en la que lo metieron los carrancistas luego del asesinato de Zapata. En los años veinte encabezó una lucha legal por la reforma agraria y con-sideró que el reparto prometido sólo era una bandera política y no un verdadero compromiso del gobierno. Al comenzar la década de los treinta, era el más conocido y respetado de los dirigentes campesinos del poniente de Morelos.
También apoyó decididamente la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas en 1934 y durante la campaña electoral preparó un estudio sobre la agricultura de la región que concluía con la petición de que el Estado construyera una gran central azucarera. Ese fue el origen del ingenio de Zacatepec, inaugurado por Cárdenas en 1938 y cuyo primer consejo de administración presidió Jaramillo.
En 1939, por expresa petición del general Cárdenas, Jaramillo y todos sus seguidores apoyaron la campaña presidencial de Manuel Ávila Camacho, pero cuatro años después, considerando que el nuevo presidente había traicionado definitivamente los ideales de la Revolución, el dirigente llamó a sus compañeros a desenterrar las armas para recomenzar la lucha por la tierra y la libertad, reviviendo el zapatismo.
Pacificado gracias a la mediación de Cárdenas, Jaramillo siguió luchando por los derechos de los campesinos y colaboró con diversos movimientos nacionales. Pero desesperado por la corrupción de los políticos, las amenazas a los luchadores sociales y la imposibilidad de transformar las cosas por medios políticos, planeó levantarse en armas contra el gobierno por tercera vez.
Sin embargo ya no le dieron tiempo: fue asesinado y con él fueron sacrificados su esposa e hijos. Al día siguiente, sorteando el cerco militar que rodeaba el panteón de Tlaquiltenango, miles de campesinos acudieron a su entierro.
Fue la culminación de la Operación Xochicalco, coordinada también por el Jefe de la Policía Judicial, General Carlos Saulé y por el Coronel Rivera, de la misma corporación; participaron directamente el Capitán Gustavo Ortega Rojas, Jefe del Servicio de Seguridad Pública del Estado de Morelos, el Capitán José Martínez, comandante de la partida militar de Zacatepec, Roberto Ramos Castaneira, Jefe del Servicio Secreto de Morelos. Rubén Jaramillo, Epifania Zúñiga (embarazada), Enrique, Filemón y Ricardo, fueron secuestrados y trasladados cerca de las ruinas prehispánicas de Xochicalco, donde horas después fueron asesinados.
El cuerpo de Rubén Jaramillo presentó nueve tiros (dos de ellos en la cabeza); Epifania tenía 47 años; sus hijos adoptivos militantes de las Juventudes Comunistas de México Enrique 20, Filemón 24 y Ricardo 28; su único hijo sanguíneo: meses de gestación. En su bolsillo se encontraron noventa centavos.
Y ¡nunca se realizó una investigación!
La masacre hasta la fecha sigue impune.
(Síntesis del texto El asesinato de Rubén Jaramillo Ménez de Alberto Guillermo López Limón)
Muerte y resurrección de Rubén Jaramillo
¡Ay, Rubén Jaramillo, padre de las espigas prometidas al hombre no ha de lavar el llanto tu sangre sin reposo ni han de tañer campanas por tu muerte imposible; porque hay palomas rojas y sedientas bebiendo a sorbos ácidos el manantial del pecho que abrió el sórdido crimen sobre la tierra seca! ¿Qué cobarde consigna segó tu voz de trigo? ¿Qué lebrel homicida cayó sobre tus hombros portadores de harina cotidiana? ¿Y quién sembró de hierro el surco alimentado por el sudor de varoniles frentes? ¡Ay, Epifania Zúñiga, heroína, alta mujer de vientre mutilado, tu niño que soñaba con la gracia del mundo, golpe de gracia tuvo antes del alba! El crimen es un río desbordado Sobre el valle que un día fue trasparente Y que hoy lloramos turbio, envilecido Por borrascas de fango y de ceniza. Pueblo de mieses pisoteadas, Contigo estamos hombres y mujeres De esta patria de sombra y grito amordazado. Mira tu tierra, Jaramillo, Tierra abonada con traición y engaño. Lenguas de lobos ciegos contaminan la savia, Y los tallos se pudren en las manos del hombre. Deja que crezca la semilla de odio Y el fruto de venganza; Deja que llegue la alborada Justiciera y sangrienta. ¡Arráncate los ojos, Emiliano Zapata! No mires a tu hermano asesinado A mitad de su grito; No mires a tus hijos exhaustos de esperanza, Porque el pecho labriego En su sangre se ahoga, derramada Sobre el lecho inocente de su casa. ¡Levantad la cabeza, labradores; traed los azadones, despertad a los héroes y que su ira limpie la inmundicia que nos cubre de oprobio y de vergüenza! ¡Qué los buitres se coman a sus buitres! No queremos descanso para ti, Jaramillo. Una losa aprisiona tus hombros y tu pecho; Pero la voz terrible que clama y se rebela, Desde el sangriento río que alimenta a tus muertos, Nos enciende de rabia la conciencia, Y seguimos tu sombra iluminada Con la verdad que azota las espaldas De Judas y Caínes. Un día volverá a brillar la aurora; Un día los niños saltarán de nuevo Sus pájaros al viento; Un día los hombres de la tierra, Cuando el arado sea un laúd que cante, Cosecharán espigas dulces y alborozadas; Un día, Jaramillo, resonará tu nombre De cumbre a cumbre, por el fértil valle; Un día sin odio, sin temor, sin asco, Se abrirá el horizonte Al recobrado sueño de la Patria. Muerte y resurrección de Rubén Jaramillo - Margarita Paz Paredes.
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