En este óleo pintado sobre lienzo en 1951, Salvador Dalí buscó una imagen que expresara más la belleza de Cristo que su sufrimiento
Como toda la producción pictórica de Dalí se trata de una imagen nada convencional, y eso que lo que nos presenta es una Crucifixión, algo pintado mil y una veces a lo largo de la Historia del Arte de Occidente. Sin embargo, él buscó con esta técnica fotorrealista una imagen que exprese más la belleza de Cristo que su sufrimiento. Y es que hay que tener en cuenta que este lienzo es el máximo exponente de la fase mística que tuvo Dalí, el cual como en otras muchas de sus fases, pasó todo por su tamiz personal, de forma que tuvo un misticismo muy singular.
De hecho ese misticismo comienza en 1945 tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Fue entonces cuando se entusiasmó por la ciencia y la metafísica para mezclarlas con la espiritualidad.
Incluso el estilo elegido, tiene mucho que ver con las peculiares teorías místicas y metafísicas de Dalí.
Él pretendía crear una fotografía hecha a mano (palabras textuales). Para ello pinta con un realismo fotográfico, con cada detalles minuciosamente pintado, casi en exceso. Y a eso se le suma su iluminación tan cinematográfica. Hay que tener en cuenta que Dalí hizo sus pinitos en el cine desde su juventud. Primero con Luis Buñuel en la película surrealista por excelencia que es El Perro andaluz. De hecho con Buñuel le unió una gran amistad, algo que se plasmó en un famoso retrato del director de cine. Y no acabó aquí su relación con el séptimo arte ya posteriormente colaborando con Walt Disney o con Alfred Hitchcock en la secuencia onírica que se ve en el film Recuerda.
Según él mismo, esta imagen es fruto de varios sueños. En uno de ellos se le aparecía Cristo en el paisaje de su Port Lligat, de ahí el paisaje que se distingue en la parte baja de la tela. En un segundo sueño, se le manifestaba Jesús diciendo que se había de acercar a los hombres a través de su belleza, y no por medio de su suplicio. Por eso en la imagen, no se ven las heridas en su cuerpo que se relatan en el Nuevo Testamento, y tampoco vemos los clavos que le anclan la cruz, ni en las manos ni en los pies. Por cierto, lo pies, muy empequeñecidos por la perspectiva, son el punto central de la composición.
Esa perspectiva es una de las características más llamativas de esta obra. Una perspectiva que genera un ángulo nada convencional, que en el que no se ve el rostro de Cristo, ya que está con la cabeza inclinada y solo vemos la parte superior de la cabellera. Y por supuesto la musculatura de cuello y hombros que aguantan el peso de todo el cuerpo.
Y bajo la cruz aparece el cielo, el cual separa al crucificado del paisaje inferior. Una composición extraña. Ya que la contemplamos desde la parte inferior, y sin embargo el cielo queda bajo esa mirada. En definitiva, sueños, imágenes extrañas, teorías delirantes y pintura de enorme calidad: Dalí en estado puro.
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