29 de marzo de 2024

Abelardo Casanova, un Quijote del periodismo sonorense

Días de la vida de don Abelardo Casanova, legendario periodista sonorense

El periodismo es, antes que nada, una actitud ante la vida.

Abelardo Casanova

Por Eve Gil

Leer Días de Vida, memorias periodísticas de don Abelardo Casanova –imposible, al menos para mí, no referirme a él como “don”-, ha sido como reencontrarme con él y volver a participar una de esas charlas con las que iluminó mi agobiada juventud.

Aunque fui empleada suya a principios de la década de los noventa, nuestra convergencia no tuvo lugar, como pudiera suponerse, en la redacción de un periódico sino en una dependencia de la Secretaría de Cultura dedicada a la edición de libros. Fue en el ámbito editorial donde se dio nuestra relación laboral y en medio de la revisión de galeras y la corrección de sintaxis surgieron las confidencias de su etapa periodística que fueron mi universidad (fue al lado de don Abelardo que empecé a ejercer el periodismo) y fuente de inspiración para la que sería mi primera novela publicada.

A todo lo anterior, debo destacar que gracias a su dominio de El Quijote, que generosamente aplicó conmigo, me enamoré de la prosa cervantina y saqué adelante un trabajo universitario que veía como causa perdida.
Aunque el trabajo de don Abelardo se circunscribe al estado de Sonora y nunca ha ejercido, ni siquiera publicado fuera de su estado natal, su nombre ha sido evocado con admiración por Federico Campbell, quien alude no solo a su admirable prosa, que yo siempre califiqué de correcta, clara y contundente, sino por la forma misma de ejercer el periodismo que amerita los mismos calificativos.

En un ámbito verdaderamente despiadado como lo era el periodismo político sonorense, don Abelardo Casanova se distinguió por su incorruptibilidad a toda prueba; por su buena educación, ¡algo todavía más raro!, y por su carácter de precursor en muchos terrenos del ejercicio periodístico en la región, incluso a nivel nacional, pues fue el primer periodista del país en darle voz al pueblo, es decir, en abrir un espacio de denuncia pública, hoy algo de lo más común pero entonces, década de los sesenta, reñidísimo con el autoritarismo imperante.

Fue el primero también en tener un noticiario televisivo, antes incluso que Zabludovsky y, como él mismo reconoce en su libro, inspirado en el modelo de televisión gringo (como habitante de Nogales tenía acceso a los canales de Estados Unidos sin necesidad de cablevisión); el primero en insertar un suplemento cultural en un diario sonorense, aunque a instancias del poeta Alonso Vidal, el hoy histórico Bogavante del periódico Información; primero, sobre todo, en criticar abiertamente al gobierno, en la misma época de autoritarismo, tanto nacional como local: hasta hace muy pocos años, una palabra mal puesta podía costarle el empleo a un periodista, lo digo por experiencia.

Así entonces, en una época en que la libertad de expresión era una utopía, don Abelardo se permitió sentar un precedente más: ser el primero en entrevistar para un noticiario de Canal Seis, Hechos y palabras, a un candidato de la oposición, en este caso, el panista José González Torres, “rival” del candidato institucional, Gustavo Díaz Ordaz:

“(…) Me conmovió entonces ver a aquel hombre cultísimo, educado con refinamiento, que llevaba las suelas de los zapatos gastadas y el traje brilloso.” (Días de vida, p. 34).
En sus memorias, don Abelardo narra sus andanzas periodísticas con la amenidad que caracteriza sus charlas personales; la forma en que sorteó las dificultades que representaba ser un periodista neutral e independiente en el México priísta.

Contador autodidacta, se inició en la escritura por afición, pero poco a poco su firma empezó a ser reconocida hasta trascender los medios impresos para convertirse en pionero del periodismo televisivo, aunque, como él mismo dice en su libro, los sonorenses recuerdan más lo que han leído en el periódico que lo visto por televisión. Y si bien este programa gozaba de numerosa audiencia, el poder consiguió aniquilarlo al bloquear sus posibilidades de comercialización.

Fue esta la maniobra recurrente para silenciar a don Abelardo en sus diversas facetas, pues nunca, asegura, recibió amenazas de muerte ni sufrió atentados (con todo y esto, algún admirador le puso en las manos una pistola, para que se defendiera, dijo), antes bien, los políticos, como los periodistas de la competencia, no podían evitar un sentimiento de afecto y cariño hacia aquel hombre íntegro y testarudo.

La regla de oro de don Abelardo siempre fue no responder a los ataques públicos que recibía a través de otras columnas periodísticas, eso sí: no era partidario de la hipocresía de mantener la amistad de aquellos que lo agredían públicamente, aunque luego los perdonaba y, una vez caídos en desgracia, hasta los invitaba a colaborar con él en su diario Información, como fueron los casos de Enguerrando Tapia y Bartolomé Delgado de León:

“Creía, como creo ahora, que la tarea por excelencia de un periódico es ayudar a elevar el nivel cultural y moral de la Comunidad, y decidí, en consecuencia, que mi deber era reflejar en las páginas del mío, nuestra parte de una situación que no era otra cosa que signo de los tiempos.” (p. 79).
En su afán por abordar el conflicto activista universitario de 1973 que, como bien dice, difícilmente podría compararse con el del 67 (los muchachos del 67 tenían el respaldo unánime de la población, un aura de santidad; a los del 73 les tenían miedo por greñudos y comunistas aunque en el fondo, pienso yo, eran exactamente lo mismo), con una objetividad que no distinguía a los medios del momento que se volcaron contra los jóvenes, acusándolos de los más variados crímenes, Información y concretamente su director, don Abelardo, se granjeó injusta fama de comunista.

Él fue, acaso, el único que entendió que aquello no era sino “un fenómeno de carácter mundial”, al que había que dar un seguimiento de acuerdo con su importancia histórica y social, mientras que los demás solo supieron ver a un montón de greñudos marihuanos admiradores de Stalin y Mao.

No puede decirse que don Abelardo haya defendido la postura de estos jóvenes, pero tampoco actuó con virulencia en su contra. De hecho, él experimentaba hacia ellos algo rayano en la compasión, dada la violencia a la que estaban siendo sujetos por todos los flancos: ser universitario entonces, equivalía a ser delincuente. Ahora recuerda como algo gracioso el que otro periodista lo apodara “hippie viejo”.

Con todo y que su experiencia de hombre de negocios nunca fue compatible con la experiencia periodística (todo medio que obrara con decencia y con justicia parecía condenado a naufragar como el Titanic), y que todos sus esfuerzos por mantener un medio informativo se vieron vulnerados, don Abelardo es hoy toda una institución, dentro y fuera del periodismo, pues no solo es ejemplar en tanto periodista sino en tanto ser humano. Sus convicciones en el ejercicio profesional las supo aplicar a su vida personal, lo que ha hecho de él una de las figuras sonorenses más dignas de aplauso, dentro y fuera de su Estado.

Días de vida es un libro que vale la pena leerse y que, desde mi muy humilde perspectiva, debiera instituirse como lectura obligatoria entre los estudiantes de comunicación: les garantizo que no se aburrirán.