Ni imperialismo europeo ni nacionalismo mexicano
El sitio a Tenochtitlán, que el 13 de agosto de 1521 puso fin a una terrible guerra entre europeos y pueblos indígenas contra el imperio mexica, dio paso al mundo moderno y sentó la base para la edificación de lo que hoy conocemos como España y México, donde permean visiones sociales “erróneas” y “pueriles” sobre este suceso, según expertos.
por DW
Por décadas, los mexicanos han crecido con la idea de “una invasión española” a una “nación indígena”, pensamiento que impera en todos los ámbitos de la vida mexicana. En el siglo XVI, en lo que hoy es México, coexistían diferentes pueblos, muchos dominados por los mexicas (aztecas) bajo un sistema violento y tributario.
“La mexicana es una visión nacionalista construida en el siglo XIX y reforzada después con el modelo educativo de la posrevolución. Es una simplificación histórica que no corresponde a la realidad, porque México, como tal, no existía entonces. No había un imperio mexicano”, dice Juan Carlos Ruiz Guadalajara, profesor investigador del Colegio de San Luis, en México.
Lejos del ámbito académico, en España el pensamiento popular se reduce “a estereotipos” centrados en figuras concretas como Cuauhtémoc, Hernán Cortés y otros que son parte de “una formación violenta imperial” o de “visiones pueriles”.
“Por un lado, hay una visión de nuestra victoria sobre un pueblo conquistado; por otro, una visión indigenista -muy activa- de la opresión española hacia un pueblo extranjero. Son percepciones erróneas provenientes del siglo XIX, aún vigentes”, afirma el Doctor José Javier Ruiz Ibáñez, catedrático de la Universidad de Murcia (UM), en España.
La verdad histórica de la efeméride es la aprehensión del emperador mexica Cuauhtémoc, la caída de Tenochtitlan -la capital de su imperio- y del último reducto de su vecino Tlatelolco. Su derrota fue producto de la alianza entre un contingente español y, ante todo, de guerreros indígenas de pueblos sometidos por los mexicas.
Hablar de conquistaespañola “es generoso”, prosigue Ruiz Ibáñez. Es negar el protagonismo de tlaxcaltecas, texcocanos, otomíes y otros indígenas, quienes estaban construyendo “su proyecto social”. No fueron traidores, explica, porque “no había nación que traicionar”.
El complejo de templos de Tenochtitlán, capital del Imperio Azteca desde el siglo XIV al XVI.
Violencia: “No hay un plus racial”
La perspectiva social hacia la violencia es todo un impasse de la historia popular hispano-mexicana del siglo XVI. Mientras para la mayoría de los mexicanos fue una conquista brutal, hecha con la lanza y la cruz, para muchos españoles fue una defensa propia y una gesta heroica.
Para Ruiz Ibáñez, del departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la UM, “los españoles no fueron más brutales con los indígenas que con los europeos o los mismos españoles. Se comportaron como en sus guerras civiles o en cualquier batalla. No hay un plus racial de la violencia, las fuentes lo prueban”.
“Que fue un proceso terrible, claro, era una guerra”, continúa. “La violencia no llega a América con los españoles. Las relaciones de mexicas, tarascos y purépechas con sus súbditos o sus vasallos era también muy muscular, lo cual no quiere decir que los españoles no fueran extremadamente violentos”.
La primera gran globalización
La expansión del dominio europeo hacia el Atlántico y las guerras de conquista reconfiguraron el mundo moderno, pues posibilitaron el contacto entre Asia, América, Las Indias Orientales y otros. Propiciaron “la primera gran globalización”, señala Ruiz Ibáñez.
“No se puede entender el mundo actual sin comprender esa globalización, aunque también conllevó la expansión de enfermedades o tecnologías de guerra. El mundo actual es producto de aquellos acontecimientos”, explica, por su parte, Ruiz Guadalajara, Doctor en Historia por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), en México.
Además, significaron una exportación masiva de productos y el traslado de personas de Mesoamérica, lo que despertó interés en México, que se convirtió en un centro para el mundo, y cuya plata impulsó la economía planetaria, junto con la de Japón y Perú.
Estatua de Cuauhtémoc en la Plaza de El Zócalo, Ciudad de México.
Una herencia compartida
Algo de lo que no son conscientes muchas personas en España y México es que del encuentro de hace 500 años hubo una serie de intercambios que prevalecen en nuestra era.
En primer lugar, explica Ruiz Ibáñez, “la cultura mexicana y la española son derivaciones del mismo troco. Debemos entender que la cultura de un mexicano es la cultura de un español con matices y viceversa. Tenemos el mismo idioma, los mismos referentes culturales con elementos distintos”.
Más allá de la pérdida de culturas autóctonas, predominó la potencia dominante y su cosmovisión, dando paso al mestizaje, a una nueva sazón y a gran cantidad de transferencias culturales, científicas y de todo tipo.
Lo lamentable, opina Ruiz Guadalajara, coautor del libro Migraciones y creencias. Pensar las religiones en tiempos de movilidad, es que dentro de la identidad montada en la conciencia histórica de los mexicanos se pierden valores y concepciones que orientan nuestra presente existencia.
“Como ejemplo, la cultura occidental, el pensamiento filosófico y matemático o el guadalupanismo, una devoción de las más importantes, abrazada por pueblos de toda América, pero producto de la conquista”.
Templo Mayor de Tenochtitlán, en la Ciudad de México.
Indígenas, privilegiados en el pasado
En México, aunque también entre ciertos sectores hispanos, subsiste una idea tergiversada en torno a los indígenas de la Nueva España, a quienes la monarquía española les garantizó derechos y continuidades de gobernantes, siempre que rindieran vasallaje y lealtad al rey de España.
Una vez que los mexicas son derrotados, “la nobleza mexica coopera con los españoles. Solo cambian de señor porque son personas de carne y hueso, no ángeles ni demonios. Si lo entendemos así dejará de ser una ordalía”, dice Ruiz Ibáñez, quien no niega la opresión ni la discriminación que permeó en el período novohispano.
Mucho después, cuando México se independizó en 1821, lo hizo con una población de seis millones de habitantes, narra Ruiz Guadalajara, especialista en Historia social y cultural de los siglos XVI-XX.
“La mitad de ellos eran indígenas plenamente fortalecidos con su linaje, sus gobernantes, con todo lo que habían negociado y con lo que los españoles les habían respetado. Su situación cambió en siglo XIX, cuando comienzan a disminuir y sus lenguas comienzan a desparecer”.
Relieve del Templo Mayor de Tenochtitlán que representa al dios Huitzilopochtli, quien decapita a su hermana, la diosa Coyolxahuqui, desmembrándola.
Desigualdad y vulnerabilidad actuales
La realidad del presente es muy distinta. Según un informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en 2020 México contaba con 16.933,283 millones de indígenas, pertenecientes a 68 pueblos y quienes representan el 15.1 por ciento de la población total.
Estas comunidades son las más vulnerables y padecen la desigualdad. Cerca del 70 por ciento viven en condiciones de pobreza y el resto en pobreza extrema, indicó en el mismo año el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social.
Por esa razón, Ruiz Guadalajara, autor de Dolores antes de la Independencia. Microhistoria del altar a la Patria, condena la doble moral de justificar con el pasado los abusos que padecen los pueblos indígenas. “Es una cuestión de derechos humanos que corresponde al presente y no al pasado”.
Por su parte, Ruiz Ibáñez, experto en Historia política en la temprana edad moderna y en la proyección de la Monarquía Hispánica más allá de sus fronteras, asegura:
“Si no se hubieran dado los sucesos en el siglo XVI, hoy seríamos otros. Hace falta mucha pedagogía para comprender que somos herederos de Cuauhtémoc, lo mismo que de Cortés. Entender que la historia es diversa y tiene colores, no es decir que hay buenos y malos, es entender un pasado complejo para comprender el presente”.
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