Somos hijos de guerras y choques culturales, pero también de enriquecedoras fusiones
Se los juro mis eternos ofendidos: nunca existió, ni en Mesoamérica ni en ningún lugar del planeta, ese virginal e inocente paraíso terrenal donde habitaba el bonachón salvaje imaginado por Rousseau, una suerte de Adanes y Evas sin maldad que practicaban comercio justo y lenguaje incluyente a los que unos despiadados capitalistas vinieron a saquear e imponer la maldad.
por Daniel Salinas Basave
Había una vez unos navegantes que andaban un poco desorientados. Como habían reprobado geografía y no tenían GPS en sus carabelas, los pobres llegaron al lugar equivocado, pero resultó que el sitio les gustó muchísimo y decidieron sacarle provecho, aunque no de la manera más amable que digamos.
Estos señores eran unos mestizos totales, producto de muchísimos siglos de mezclas y fusiones no siempre pacíficas. Apenas se acababan de liberar de ocho siglos de dominación mora y años antes ya habían tenido que chutarse a hordas de visigodos que vinieron a reemplazar centurias de supremacía romana.
Antes de los romanos ya habían lidiado con cartagineses y fenicios. Por cierto, la emergente lengua romance que hablaban (y que es la lengua en que usted y yo parlamos) había nacido como una jerga fronteriza, una suerte de latín vulgar mezclado con elementos mozárabes y dialectos locales que se enriquecería aún más con lenguas del Nuevo Mundo.
Si estos señores castellanos, extremeños y andaluces se pusieran hoy en plan de exigir disculpas por agravios del pasado, tendrían que plantarse frente al rey de Marruecos o el alcalde de Roma (se los juro: el sitio de Numancia fue tan sangriento como el de Tenochtitlán).
El lugar al que llegaron estos desorientados navegantes era también un caleidoscopio de lenguas y culturas cuya convivencia no era precisamente cordial y apacible. Tan solo en Mesoamérica se hablaban más de un centenar de lenguas. Aquí por estos rumbos que ahora llamamos México no había una nación unificada, sino un montón de etnias que guerreaban entre sí.
Un grupo emergente que en el último siglo y medio había incrementado su poder, era el que tronaba sus chicharrones en el Valle de México. Estos señores mexicas tenían sometida a la región y cobraban unos tributos estilo SAT que incluían una periódica dotación de doncellas para sus sacrificios.
Si nos ponemos otra vez en plan de pedir disculpas por agravios históricos, ya no me queda claro si Azcapotzalco le debe ofrecer disculpas a Texcoco y la Ciudad de México (o al menos su zona centro) debe ofrecerle disculpas a Tlaxcala, a Puebla y a Veracruz (y si nos vamos a la península de Yucatán la cosa se complica aún más).
En resumen mis niños: la inmensa mayoría de los seres humanos en el Siglo XXI somos mestizos, una mezcla de sangres, lenguas, usos y costumbres cuya fusión original no siempre fue cordial.
Somos hijos de guerras y choques culturales, pero también de enriquecedoras fusiones y romances. Se los juro mis eternos ofendidos: nunca existió, ni en Mesoamérica ni en ningún lugar del planeta, ese virginal e inocente paraíso terrenal donde habitaba el bonachón salvaje imaginado por Rousseau, una suerte de Adanes y Evas sin maldad que practicaban comercio justo y lenguaje incluyente a los que unos despiadados capitalistas vinieron a saquear e imponer la maldad.
Déjense de complejos y rencores pendejos y asuman lo que somos. Yo me siento orgulloso de mi lengua y del mestizaje de mi sangre.
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