Desde un cowboy texano, pasando por el lider de los ‘búfalos’ de López Portillo hasta Caro Quintero han poseido el Castillo de El Álamo, enclavado en Tubutama, Sonora. Francisco Eloy Bustamante nos platica su historia:
EL CASTILLO DE TUBUTAMA: UNA HISTORIA DE PELÍCULA
por Francisco Eloy Bustamante
El Álamo tiene un gran valor histórico. Es una impresionante y recia construcción similar a un castillo feudal enclavado en las mesas altas de Tubutama.
A 30 kilómetros de esta población y por un camino terrajero en buenas condiciones, se llega al Rancho “Las Pedradas y, desde el cerro en que se halla la tumba de la familia del colonizador de esta comarca, se divisa ya, a cosa de 4 kilómetros hacia el norte, el Castillo de El Álamo.
Los últimos dueños del castillo y fundo han sido Salomón Faz Sánchez, líder de los pequeños propietarios en el sexenio de José López Portillo, y Rafael Caro Quintero, quien se encontraba preso por delitos contra la salud y señalado por el gobierno de Estados Unidos en el asesinato de Enrique Camarena Salazar, miembro de la agencia antidrogas estadounidense (DEA por sus siglas en inglés).
Antes de la detención de Caro Quintero, nadie podía siquiera asomar la nariz por este rumbo sin el riesgo de ser encañonado y obligado a dar marcha atrás, según varios pobladores. El castillo de ladrillo ademado en tan solitario paraje, impresiona a primera vista.
Por simple precaución uno debe tomar algunas fotos a la distancia para luego ocultar la cámara, por si acaso. Sin embargo, al llegar a una segunda puerta, sorpresivamente se encamina a recibimos un vaquero acompañado de su esposa y dos niños; nos da la mano de bienvenida y el pase a lo que es propiamente el casco de la hacienda, porque más que rancho esto es una enorme hacienda.
Le exponemos nuestro deseo de traspasar la puerta de la fortaleza y conocer el castillo por dentro, a lo que indica que pidiéramos permiso al mayordomo; este resultó ser un hombre con cara de pocos amigos y luego de miramos de pies a cabeza con desconfianza, nos dio el pase. En honor a la verdad fue amable pero a su modo. Una vez dentro, se encuentran las tapias blancas, los techos de teja, las caballerizas y se respira un aire colonial.
Todo está en su lugar, bien aseado, ordenado y acogedor, no así el castillo, al fondo de la finca en la parte más alta del cerro que nos contemplaba como fiel guardián; su aspecto es triste, semiabandonado, en franco proceso de destrucción.
Adentro hay murciélagos y olor malsano; la alberca cubierta de basura; el vetusto edificio, que tuvo sus días de gloria ya no tiene ventanas, ni puertas y le han quitado el techo; las escaleras en caracol de las torres gemelas están rotas, incompletas, hay que subir con mucho cuidado. Se advierte que luego de un abandono de décadas, el nuevo dueño lo mandó reconstruir, se aprecian las vigas nuevas y algunos emplastes, pero con la detención de Rafael Caro Quintero, todo quedó suspendido.
Al comentarle al mayordomo que bello era aquello, con indiferencia y enfado repuso: «No sé qué le ven de bonito», a lo que uno de nuestros acompañantes cortésmente hizo el comentario:
«Es que ustedes lo ven a diario, pero para nosotros que sólo habíamos oído hablar de él, es muy emocionante porque es increíble que esta construcción tan rara y valiosa, histórica y arquitectónicamente exista en lugar tan aislado”.
He aquí algo de su historia:
Los pioneros a finales de los años 20, en plena época de la prohibición alcohólica en Estados Unidos (1929-1933), aparecieron grupos de bandidos yanquis de puro corte faulkneriano.
Uno de ellos, el tejano William W. Kibbey, se hizo del enorme rancho El Álamo y sus demasías. Sobre como se suscitaron los hechos, he aquí la versión tomada de primera mano en boca de don Jesús María Gastélum Quiroz, de 97 años de edad, radicado en Magdalena desde hace cuatro décadas y propietario del rancho Las Pedradas, terreno que fuera parte del famoso predio El Álamo.
El enorme terreno de agostadero de 12,400 hectáreas fue denunciado luego de la consumación de la Independencia de México, por el español radicado en Tubutama, don Cipriano Quiroz (abuelo materno del informante).
Al esposo de este pionero de nombre Benita, la asesinaron los apaches a lancetadas en el Río Altar, por rumbos de La Reforma en “las tierras blancas” o “de Doña Benita»”, como le llaman en honor de aquel sacrificio. Uno de sus dos hijos, Cipriano, cayó batiéndose con los apaches bajo un nogal, en lo que supuestamente es hoy en día la ciudad de Nogales.
“Antes la gente nacía, vivía y moría en los ranchos y allí murieron mis padres”, comenta don Jesús María. El nombre le viene de un álamo grande, el cual tenía en el tronco un ojito de agua que no se secaba nunca.
La casa fundadora estaba a orillas del arroyo y una crecida grande termino por destruirla. A mediados del pasado siglo (antepasado), los herederos de El Álamo optaron por repartírselo, tocando una sexta parte del terreno a cada uno. *
Fue entonces cuando tomó las riendas del rancho don Juan Elías, que había contraído matrimonio con Antonia Quiroz. Por acuerdo mutuo don Juan representaría a sus cuatro cuñadas ya la viuda del finado Jesús María Quiroz.
Don Juan era altamente apreciado en la familia por su celo y disposición de apoyarles en todo. Fue él quien gestionó los extraviados títulos de propiedad de El Álamo ante la Suprema Corte de Justicia.
Por ello, las cuñadas y la concuñas le cedieron en gratitud, la mitad de cada derecho y para que de alguna manera solventara los gastos generados en los engorrosos trámites. Asimismo, ocurrió que se contrajo una deuda con la casa comercial de Benedicto Araiza y Antonio Molina, de Altar, (deuda dejada por una sociedad que formó con unos norteamericanos para trabajar las minas La Pápaga, Mina Verde y San Francisco.
Los gringos, una vez agotadas las minas salieron de noche llevándose todo lo valioso; don Juan Elías liquidó dicha deuda para que no entraran extraños en posesión del feudo y haciendo uso del “tanto” puso a su esposa Antonia como compradora.
Juan de Dios Gastélum era el que manejaba la tienda de raya en La Pápaga y surtía con mercancía comprada en Altar en la citada negociación de Araiza y Molina. Juan de Dios, viejo y fiel empleado de los Elías Quiroz, contrajo matrimonio con Ponciana, una de las herederas y dueñas de Las Pedradas.
Sucedió que a la muerte de don Juan Elías, Juan de Dios tomó las riendas de El Álamo recibiendo indicaciones de sus cuñadas, que se fueron a radicar a Estados Unidos. Las cuentas de la siembra y ganado se rendían y liquidaban al año, conforme a la costumbre.
Aparece Mr. William Kibbey
Cuando el tejano contempló el paisaje, se quedó maravillado e hizo hasta lo imposible por ser el dueño de El Álamo.
Así fue que entró en sociedad con don Ramón Elías y doña Antonia Quiroz. Para tener el terreno no gastó mucha saliva en convencer a Doña Antonia, que ya había quedado viuda.
Con mucho ahínco y dedicación lograron formar una compañía ganadera a la que registraron con el nombre de «Álamo Cattle Company» en el año de 1914 de acuerdo al acta constitutiva.
Esta sociedad, que en español significa Compañía Ganadera Álamo, alcanzó grandes magnitudes al entrar en sociedad varios extranjeros y mexicanos, extendiendo sus operaciones a ambos lados de la frontera. Destacan el norteamericano Peck, así como don Guillermo Barnett, de Nogales y don Juan Camou, entre otros; hasta don Juan de Dios Gastélum puso algo de dinero, más que todo para ayudar a su yerno y sobrino político, ya que Ramón había tomado por esposa a una de sus hijas.
Entre 50 y 60 vaqueros fueron contratados para manejar las miles de cabezas de ganado. Anualmente se exportaban alrededor de 1,200 becerros de tres años.
La Álamo Cattle Co. tenía sus oficinas generales en Nogales, Arizona, los accionistas metían a la sociedad no sólo dinero sino hasta sus ranchos. Pero las tierra de El Álamo eran las mejores, por lo que mandaron construir allí una casa colonial que aún está en pié, así como la ampliación de los corrales.
Nace el Castillo
El Castillo fue ideado por Mr. Kibbey pues planeaba atraer turismo, en ello metió hasta el último centavo que pudo conseguir en préstamos. Se mandó construir todo un palacete que aún en el presente desconcierta a quien lo visita. La mano de obra corrió a cargo de angloamericanos.
Cada cuarto tenía sus pisos de madera y mobiliario ad hoc.
La vista del exterior es fabulosa y el visitante se transporta a un sueño pleno de romanticismo. Ciertamente llegar hasta el castillo era penoso por los tortuosos caminos de terrecería, pero una vez que el carruaje llegaba hasta las puertas del Castillo la estadía resultaba placentera y nadie lamentaba haber acudido al llamado promocional del excelente anfitrión.
Este edificio, producto de los sueños caprichosos de su constructor fue totalmente suyo porque Ramón Elías, compañero de aventuras, no vio con buenos ojos el incierto y ambicioso proyecto llamado industria sin chimeneas; le parecía que no iba con el giro de criar ganado y tanto distraía la atención de Kibbey quien empezó a darse una vida regalada cayendo en los excesos del juego y el amor.
Empero, el norteamericano tenía a su favor un magnífico carisma para atender adinerados turistas de Cananea, Nogales yTucsón, que encontraron en El Álamo un lugar seguro para gastar y dar rienda a sus ímpetus burgueses.
Aquello era negocio redondo: lo mismo se cobraba por cazar, pescar, montar y asistir abanquetes, beber, jugar y hacer el amor, muchas veces amenizados con los acordes de la guitarra de Kibbey.
El embargo, fue la gota que derramó el vaso.
Finalmente quedó comprobado que el tejano no era ganadero, el ganadero lo era su socio Ramón Elías, que hacía hasta los imposible por conservar la unidad de la compañía. Pero El Álamo Cattle Co. Fue decayendo paulatinamente, no tanto por mala administración que para ello Ramón se pintaba solo, sino por la falta de entendimiento entre los socios, aunado a ello quizá lo más grave, la ola de robos que azotaban la región.
Eran los años de la postrevolución y había mucha hambre en el campo. El Gobernador del Estado, Plutarco Elías Calles, el General que no conoció el olor de la pólvora, para apaciguar los efectos de la revolución formó varios destacamentos.
En el de Sáric puso al Coronel Camargo, quien en vez de enderezar las cosas hizo alianza con los bandidos Ramón Valencia y un chino vaquero de la región, siendo estos tres quienes le robaron gran parte de las 500 cabezas faltantes en un sólo ejercicio en los libros de la compañía El Álamo.
Este militarucho prepotente y ladrón fue él que tomó prisionero al licenciado Lázaro Gutiérrez de Lara, líder de la Huelga de 1906 en Cananea.
Gutiérrez de Lara, que a era magonista venía huyendo de Estados Unidos y cruzó por el Sásabe montando caballo con una persona de origen ruso en ancas.
Un soldado del destacamento reconoció al licenciado y los detuvo, entonces Camargo, pidiendo informes a Hermosillo, recibió al terminante orden del propio General Elías Calles de fusilarlos inmediatamente.
Ante el paredón Gutiérrez de Lara, que era un gran intelectual, líder de la Huelga de Cananea y por lo tanto precursor de la Revolución, quiso decir una palabras, pero se militó a musitar, “pa qué, si no me van a entender esta bola de pelones…”
A los grandes problemas del abigeato que sufría el Álamo Cattle Co., se sumó el embargo que les hizo un banco de Nogales, Arizona. Mr. Kibbey había hecho cuantiosos préstamos que nunca pudo pagar. La situación se empezó a tornar desesperante y un día del año de 1935, William Kibby tomó de entre sus armas la misma escopeta que prohibía a los turistas la usaran porque no tenía seguro. Esa mañana se fue al represo de los patos y no regresó. Luego de una intensa búsqueda lo encontraron muerto.
El mayordomo Manuel “El Yaqui” Murrieta contó que un día Mr. Kibbey le hizo el comentario de que le traería más beneficio a su familia muerto que vivo. Lo cierto es que había comprado muy buenos seguros en Arizona, así que “quien sabe si ya traía en su mente el matarse”, subraya nuestro informante.
Y en forma por demás descriptiva narra cómo debió suceder el percance aquel: “Salió Mr. Kibbey muy temprano y no quiso que nadie lo acompañara y al ir subiendo una vereda o bajando, quien sabe, se advierte que éste le dio a una piedra con el arma, como que resbaló o lo hizo intencionalmente, quién sabe”.
Gracias al testimonio del señor Gastélum y del mayordomo, que fueron nombrados como peritos por el juez, es que la viuda pudo cobrar algunos seguros, perdiendo sólo uno de los varios que tenía, pudiéndose pagar la hipoteca de El Álamo.
Se advierte -dice el veredicto dado por estos hombres conocedores del terreno- que Kibbey iba subiendo o bajando, una de dos y se resbaló, pegando con la escopeta en alguna de las muchas piedras que había allí.
Porque tenía la culata raspada por debajo una goma negra. Los doctores Negrete y Mercado y Estrada fueron contratados para embalsamar a Mr. Kibbey. Se cuenta que doctor Negrete de Magdalena, cortaba partes del cráneo como si fuera un animal, siendo reprendido severamente por el doctor Mercado quien le dijo: “tenga usted en cuenta que este señor es nada menos que el dueño de este rancho”. En los trámites del traslado del cuerpo a Estados Unidos, la viuda Josefina Mix (hija del Coronel Mix y de una mexicana) fue auxiliada por Vicente Terán Carrillo, vecino de Magdalena y muy amigo de la familia de Kibbey.
Terán Carrillo había ido a estudiar en su juventud a Los Ángeles y también estuvo en Texas con los familiares de William Kibbey.
Y se le recuerda como uno de los personajes que fue alcalde en dos ocasiones de Magdalena, el otro fue don Enrique Woolfolk. Ramón Elías, luego del fracaso estrepitoso de El Álamo se fue a probar suerte en el placer El Mezquite, cercano a Cucurpe, y a la muerte de su esposa agarró la borrachera tal y como lo haría su hijo años más tarde y coincidentemente muere bajo las mismas circunstancias.
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