¿DE QUÉ HABLAN LOS PERROS?
Primero ladra un perro, después otro se le une cuatro puertas más allá. Pronto, en todo el vecindario resuena una interminable algarabía ¿De qué están hablando los perros?
Raimond Coppinger y Marc Feinstein, del Hampshire College en Amherst, Massachusetts, creen que los perros se están comportando de manera un tanto infantil. Muchos miembros de la familia del perro emiten gañidos, gruñidos y aullidos. También comparten un repertorio similar de comunicación facial y postural. Una línea de dientes desnudos envía una señal bastante universal, incluso para nosotros los humanos. Pero el ladrido realmente coloca al perro en un lugar aparte.
Los lobos y coyotes [y algunas razas de perro, como el denominado basenji mudo] raramente ladran. Pero algunos perros ladran incesantemente.
Coppinger y Feinstein una vez cronometraron a un perro que ladró continuamente durante siete horas. Otro científico registró 907 ladridos en un periodo de 10 minutos. Coppinger y Feinstein se preguntaron el porqué de esta conducta.
Otro hábito de los perros domésticos da un claro indicio de cuál es la causa que provoca los ladridos, y quizás sea la razón por la que, en definitiva, existen perros domésticos. Este hábito consiste en escarbar en la basura. Pocos son los dueños de perros que no han tenido la desagradable experiencia de encontrar la basura desparramada por el suelo de la cocina o el cubo de la basura de la calle volcado.
Se han encontrado restos fósiles de perros junto con los restos de humanos en yacimientos arqueológicos de unos 10.000 años de antigüedad, y Coppinger y Feinstein sugieren que esos perros ya escarbaban en las basuras humanas incluso en aquel tiempo.
Los humanos podrían haber matado y comido algunos de esos perros, pero los investigadores creen que es bastante improbable que los humanos domesticaran al perro de forma deliberada. En vez de ello, sugieren que los perros encontraron un nicho ecológico disponible merodeando por los campamentos humanos.
El misterio del ladrido del perro aparece al compararlo con otras vocalizaciones animales. Los sonidos graves, chirriantes y ruidosos que denominamos gruñidos se relacionan casi de forma universal con animales adultos. Para los humanos, los amenazadores gruñidos transmiten una señal de peligro; los desafiantes y graves gruñidos de un perro o un lobo son portadores de un mensaje de amenaza. Un gemido o gañido claro y agudo no es amenazador.
Un perro gime para entrar en la casa si está fuera y (a veces, también inmediatamente después) para salir si está dentro. No percibimos ninguna amenaza en un gemido.
Sin embargo, un ladrido parece combinar ambos tipos de sonidos, según descubrieron Coppinger y Feinstein, como si el ladrido transmitiera un mensaje adulto, áspero y grave, junto con un lamento juvenil. Los investigadores creen que esta combinación de mensajes concuerda con su hipótesis sobre la evolución del perro doméstico. A los perros que eran menos temerosos del hombre les iba mejor en el interior y en las afueras de los asentamientos humanos.
Salvar a un perro no cambiará el mundo, pero sin duda, el mundo cambiará para ese perro.
Pero tal mansedumbre es un rasgo juvenil. Podemos manejar con seguridad a los bebés de muchos animales, pero los adultos de algunas especies no domesticadas son demasiado peligrosos para acercarnos a ellos. El medio ambiente alrededor de los campamentos humanos seleccionaba la mansedumbre. Un perro temeroso lo habría tenido mal para conseguir los mejores bocados de basura; uno manso, lo suficientemente valiente como para acercarse a la pila de basura, podría «encajar».
Según Coppinger y Feinstein, a medida que los perros dóciles criaban, pasaban la mayoría de los genes de mansedumbre a las siguientes generaciones, y junto con la mansedumbre también pasaron otras características juveniles: muchos perros nunca desarrollan un instinto de caza totalmente adulto. Las hembras amamantan a los cachorros, pero raramente les dan comida sólida.
Coppinger y Feinstein sugieren que incluso los colores y tamaños tan variados del perro, así como el hecho de que las hembras entren en celo dos veces al año (en lugar de una como es común en los cánidos salvajes), se relacionan con la juventud. Junto a este paquete de cambios va el ladrido, una mezcla de sonidos adultos y juveniles.
Los ladridos quizá no tengan un significado más profundo en la vida del perro que el hecho de hacerle sentir juguetón o que corretea con las orejas caídas. Simplemente ladra.
La señal del juego
Una escena que resulta familiar a cualquier propietario de un perro es la siguiente: de repente el animal dobla sus patas delanteras, apoyándose en sus codos, con la cabeza y los ojos dirigidos hacia arriba. El trasero, mientras tanto, permanece levantado, como si tuviera vida por sí mismo.
Como sucede con el ladrido, esta comunicación parece combinar la sumisión juvenil con la disponibilidad adulta de echarse a correr. Este gesto, común en los perros, lobos y coyotes, anuncia que la hora del juego ha llegado. La posición del cuerpo, denominada reverencia, puede preceder a un agudo gañido dirigido hacia el humano.
¿Pero funciona la reverencia en la comunicación entre perros?
Marc Bekoff, de la Universidad de Colorado, estudió vídeos de perros domésticos adultos y cachorros, lobos y coyotes, anotando con exactitud qué comportamiento seguía y precedía a cada reverencia. A menudo descubrió que la reverencia seguía o precedía a un movimiento que podía ser interpretado como una amenaza, por ejemplo un mordisco.
Bekoff asegura que la reverencia actúa no tan sólo como una señal estereotipada de «¡vamos a jugar!», sino como una especie de puntualización del lenguaje corporal, que otorga a otras acciones el significado de «jugar», y confirma al compañero de juego que las reglas del juego brusco siguen vigentes.
Los cachorros de león también juegan a pelearse, practicando el salto y otras habilidades que necesitarán cuando sean adultos. Pero incluso los cachorrillos tienen dientes y uñas afilados, por lo que deben comunicar que el ataque es sólo para divertirse. Los cachorros de león advierten a sus compañeros que todavía están jugando al caminar de modo exagerado y poco natural, y al mantener sus uñas retraídas durante el juego.
FUENTE: «EL LENGUAJE DE LOS ANIMALES». Prólogo de Frans de Waal, prestigioso etólogo.
AUTOR: STEPHEN HART. Biólogo.
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